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Robin

Habíamos llegado a una isla inexplorada después de varios días navegando y era una de las más hermosas que habíamos visto en mucho tiempo. Desde la playa, se extendía una vasta selva con árboles tan altos que casi tocaban el cielo, y con montañas que se elevaban como cuchillas al horizonte y ríos que serpenteaban a través de la densa vegetación. Parecía un paraíso, un refugio intacto del caos que caracteriza la mayoría de los lugares que visitábamos. El aire estaba cargado de un aroma fresco, casi embriagador, que te hacía sentir como si estuvieras en un lugar apartado del mundo.

Mientras los demás se dispersaban para explorar, Zoro, con su habitual determinación, decidió adentrarse en la selva, alejándose del grupo. Sabía que probablemente acabaría perdido en cuestión de minutos, así que opté por seguirlo discretamente, más por asegurarme de que no terminara vagando solo que por otra cosa.

No tardó mucho en pasar lo inevitable. Después de caminar por un sendero medio oculto entre la maleza, vi cómo Zoro comenzaba a fruncir el ceño y a mirar alrededor, claramente desorientado. Pero, en lugar de admitir que estaba perdido, siguió avanzando como si supiera exactamente hacia dónde se dirigía. No pude evitar soltar un suspiro mientras lo seguía en silencio.

Finalmente, llegamos a un claro en medio de la selva. Allí, extendiéndose ante nosotros, había un vasto campo de plantación. No podía distinguir exactamente qué tipo de plantas eran, pero estaban dispuestas en hileras ordenadas, cuidadas con esmero. Parecía un oasis de orden en medio del caos natural que nos rodeaba.

Sin embargo, no estábamos solos. Un grupo de trabajadores estaba distribuyendo agua entre las plantas y cortando algunas hojas, completamente concentrados en su tarea. No nos vieron de inmediato, pero cuando uno de ellos levantó la cabeza y nos divisó, su rostro se endureció al instante.

—¡Intrusos! —gritó uno de los trabajadores, con el tono alarmado.— ¡Ladrones en los campos!

Antes de que Zoro pudiera decir algo, un grupo de trabajadores comenzó a rodearnos, algunos empuñando herramientas agrícolas que, en sus manos, parecían armas letales. No parecían tener intenciones de discutir, y el ambiente se tornó tenso rápidamente.

—¡Esperen! —intervine, levantando una mano para intentar calmar la situación.— No somos ladrones, solo nos perdimos. No queremos problemas.

Zoro, por su parte, estaba a punto de desenvainar sus espadas, más por instinto que por necesidad real, cuando una voz autoritaria resonó desde la linde del campo.

—¡Basta! ¿Qué está pasando aquí?

Al girarme, vi a un hombre alto y de porte imponente acercándose. Tenía una expresión severa, y su presencia impuso un inmediato silencio entre los trabajadores. Mientras se aproximaba, su rostro pasó de la severidad a la sorpresa y luego a la incredulidad.

—¿Zoro? —preguntó, su voz cargada de asombro.

Zoro, que había estado en guardia, relajó ligeramente su postura al escuchar la voz del hombre. Pude ver la confusión en su rostro mientras lo observaba, tratando de reconocerlo. Finalmente, algo pareció encajar en su mente.

—¿Saga? —dijo Zoro, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

El hombre, ahora con una sonrisa amplia en su rostro, asintió.

—¡El mismo! ¡Nunca pensé que te encontraría aquí, viejo amigo!

Los trabajadores, aún desconcertados, retrocedieron al escuchar el intercambio, dejando a Zoro y a Saga frente a frente. Los dos se miraron durante unos segundos, y luego Zoro soltó una risa baja, casi de alivio. Se acercaron y se saludaron con un fuerte apretón de manos, seguido de un amistoso golpe en el hombro, como si intentaran recuperar el tiempo perdido.

Fragmentos ZorobinWhere stories live. Discover now