* Una selección de historias homoeróticas, candentes, ardientes...
* Experiencias personales e íntimas de gente común...
* Adaptadas y revisadas por mi pluma 🖋️ mágica ✨.
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Hola, soy Ramón, de XXXXX XXXXX. Tengo 24 años, soy alto y gordito. Vivo con mi mamá y mi hermano que es 5 años más chico. Empecé a trabajar con mi vecina, doña Lola, que tiene un puesto de tacos de guisado. Al principio no estuvo tan segura de contratarme, pues buscaba una chica que remplazara a su hija, quien se había casado no hace mucho. Después de ponerme a prueba una semana, vio conveniente el contratarme, pues por fuerza y tamaño podía ejecutar labores "de hombres" como cargar las cajas o llevar el gas; y por abuzado, "las de mujeres" como echar las tortillas o lavar los platos. Un día, se empezó a decir que el hijo de doña Lupe finalmente iba salir de la cárcel, luego de 20 años de cumplir condena. Decían que "desde jovencito fue mañoso", por más que la doñita lo trató de enderezar, nunca pudo. Apenas tenía 23 cuando resultó que se metió a robar a la casa de una viuda, "para alimentarse el desgraciado vicio", y en cuanto la pobre mujer vio al encapuchado, pegó semejante grito que los vecinos y la policía no demoraron su llegada. La justicia lo agarró tratando de saltarse la barda y por homicidio culposo lo encerraron, pues la viuda se murió producto del susto. Doña Lupe era muy apreciada, pero al hijo nadie lo quería allí, sin embargo, los rumores se volvieron realidad y un día regresó. Era un sujeto "que daba miedo", más por su historia que por su apariencia. Lo vimos llegar, traía a su mamá del brazo, la cual nos saludó con la mano y señalando al cielo agradeció a Dios por la liberación de su muchacho. Doña Lola me dijo en voz baja: "Vamos a tener que meternos a las 5, Ramón. Y dile a tu mamá que le ponga seguro a la puerta, que se encierren bien; procuren ya no salir después de las 10 de la noche, con ese mariguano suelto no vamos a tener paz. ¡Qué la Virgencita de Juquilita y el Santo Niño doctor nos socorran!".
Los días pasaron y los vecinos sólo hablaban del "mariguano". Que ya le había robado a don Luis, el de la cantina, la cerveza; que lo habían visto quitarles el dinero a unos muchachos a dos calles de ahí, que había robado herramienta en una construcción cerca de la avenida, que les quitaba mercancía a los del mercado; y para colmo, lo veían parado a la 1 de la mañana fumándose la droga o esperando al que se la pasaba. Yo no sabría decirle cuánta verdad había en todo eso, pero la gente no se cansaba de repetir esto a diestra y siniestra. Doña Lola siempre que se persignaba para iniciar la venta del día, pedía: "que hoy no me compre el mariguano". Pero tanto estuvo mentándolo, que un día el hombre finalmente cruzó la calle y nos compró. Hasta ese momento lo pude ver a detalle: moreno y alto, aunque su complexión era delgada, se notaba macizo, con fuerza en las extremidades; sus manos parecían ásperas y burdas; y su rostro serio y sombrío, no poseía nada extraordinario o admirable; las entradas sobre su cabello negro y chino ya estaban muy marcadas, tanto que lo hacían lucir algo frentón. Saludó y pidió dos tacos de chicharrón en salsa verde acompañados con arroz. Doña Lola, pese a desagradarle su presencia e intimidarse, sin perder la calma lo despachó. Yo no interactué con él, pues me encontraba lavando trastes, pero sentí la mirada sobre mí, esos ojos negros espabilados y taimados me observaron mucho del rato que estuvo ahí. Tuve miedo, honestamente; tantas cosas se hablaban de él, que me puso nervioso.