2.12 Amor propio

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Hago tarde para el encuentro de aquel importante evento. Es complicado hoy en día poder celebrar un año de relación sin altibajos o al menos eso pensaba. El restaurante lo reservé y lo pagué y ella desconocía a dónde iríamos, solo sabía que teníamos que celebrar el primer año de noviazgo. Pantalones de chándal formales, camiseta blanca y un ligero jersey que abrigase, era justo el atuendo que iba a llevar aquella noche. Ella llegó como una diosa, no era difícil saber quién dominaba sobre el buen gusto y la moda en la relación.

Cena tranquila, charla espontánea y, al finalizar, el paseo nocturno en dirección a su hogar. La velada fue completada con un beso en la mejilla izquierda, otro en la derecha, el penúltimo en la frente y el último en los labios, que fue la señal de despedida entre ella y yo.

Llegando a casa, las dudas se vinieron a la mente: un año de relación y todavía no sabía qué camino tomaríamos en un futuro, pues en este tiempo la dependencia emocional seguía siendo fuerte, la relación con su familia nefasta, por no decir inexistente hasta el punto de que me pedía aumentar el tiempo de los paseos para llegar más tarde a su hogar, diciéndome que a mi lado siempre encontraba algo de paz.

En cuanto a proyectos futuros propios, había empezado estudios superiores, pero con una pequeña disyuntiva, aún no había hecho ninguna amistad. En términos generales aquello no era problemático, pero tomando en cuenta que en aquel momento solo mantenía dos amigas de cursos anteriores con las que entablaba relación en muy contadas ocasiones, su vida social escaseaba y el mayor pilar era yo.

Aprendí a amar y a aceptar ese caos que, al fin y al cabo, en cosas del amor el corazón manda, mientras que la razón, muy recelosa, balbucea que no sabemos qué pasará cuando ella empiece a quererse y, sobre todo, nos recuerda que tal vez el amor tan grande que ella nos está entregando, simplemente no nos lo entrega a nosotros porque nos quiera, sino que lo hace por necesidad y así alimentar a la idea, surrealista, de haber encontrado por fin a su pareja de ensueño. Aquel era el debate entre el corazón y la razón constante, y siempre llegaba a la misma conclusión: que el tiempo lo decidirá todo.

Los días pasan rápidamente, los meses se van sucediendo, y entre tantas charlas con ella, una de las principales fue el círculo de la estabilidad personal: un suelo redondo ubicado en las nubes, pero este suelo está sostenido por grandes pilares. A medida que vamos creciendo, se van añadiendo más pilares que sostienen este círculo concreto, por ejemplo, cuando somos pequeños y tenemos tres años, nuestro círculo de estabilidad personal está sujeto únicamente por la familia, ya que a esta edad son el pilar más importante, y el único, que tenemos. Incluso si queremos profundizar, este pilar lo podemos dividir en pequeños trozos que pueden representar a los diferentes integrantes de la familia: hermanos, padres, abuelos, tíos y familiares lejanos. Aquellas personas que, por diversas razones, se han transformado en nuestra propia familia y, aunque no haya ningún vínculo sanguíneo, son las personas que nos cuidan y nos aman. A medida que crecemos esto se va complicando y empiezan a aparecer nuevos pilares, como los amigos del colegio o del instituto, la pareja, los ídolos...

En una persona adolescente o adulta, este círculo de estabilidad emocional está sujeto por muchos pilares y, a medida que pasa el tiempo, estos pilares también van cambiando, ya que las personas cambian. Es un círculo que siempre está sostenido por diferentes pilares y en el momento que uno de ellos falla, quedan varios que todavía mantienen tal círculo de pie hasta que se cree uno nuevo. ¿Qué pasaría si en lugar de varios pilares, hay un pilar que se sujeta más del noventa por ciento del círculo? Pues que cuando este pilar se marcha del círculo, se cae y con ello la estabilidad mental de la persona cae, y en el peor de los casos, puede derivar en una depresión duradera.

Al escuchar mi reflexión, se puso a pensar en su pequeño círculo emocional y en ese momento llegamos a la conclusión de que algo iba mal. Gran parte de su círculo era yo, pues un ochenta por ciento estaba sujeto a mí. En lo que llevábamos de relación, ella había abandonado su carrera a los cuatro meses de haberla empezado, totalmente aprobada por sus padres, quien en su momento no vieron ningún problema. Los amigos seguían escaseando y su situación en casa seguía siendo una desgracia. Lo único que tenía era el círculo de amistades masculinas, sus amigos del curso de inglés que, aunque ella no lo supiera, estaban allí para escucharla cuando lo necesitara. Evidentemente había un grave problema...

Caminando, ella me detiene y me cuestiona si todo irá bien. En sus ojos veo la duda de si realmente la decisión que está a punto de tomar es la adecuada, pero lo sorprendente de estas frases fue la contundencia, fue el escucharla que sabía que el pilar más importante en ese momento de su vida iba a desaparecer por su propia mano, y pese a eso no tembló, ya que, para este punto, aunque faltara un pilar tan grande, ese círculo no se derrumbaría porque ella misma se había encargado de hacer crecer el más importante de todos los pilares: el del amor propio.

La abracé mientras mis brazos rodeaban su cuerpo y mi mejilla derecha rozaba su izquierda. Le afirmé que la decisión que fuera a tomar no me alejaría de ella, si así lo deseaba, que podría ser tanto su amigo como su amante, su amor o su compañero. Yo solo quería seguir a su lado, acompañándola en el camino de la vida, ya que para mí ella fue una persona importante en mi vida y perderla sería perder un trozo de mi corazón.

Burlando el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora