La soledad me acompañó un período de tiempo más bien largo que corto. Gracias a ella, o no, empezó a formarse un agujero diminuto en mi corazón. Me remonto a aquella ventana abierta, a la Xibeca entre mis dedos rozando cada dos segundos mis labios, humedeciéndolos, llenándome. Al viento acariciando mi rostro y a la oscuridad de mi alma. Fue una de las más tristes que aún recuerdo. Porque, sentada en la mesa de la cocina, observé el exterior sin percatarme de mi ser interno. De lo que me pedía el cuerpo, de lo realmente necesario en aquel momento: el amor propio. Me inicié en un rumbo con un destino muy definido que años después comprendí.
Aquella noche veraniega me acabé la botella entera y, la sustancia que ya no hacía efecto en mí porque estaba acostumbrada, eso creía, fue introduciéndose en mi cerebro tan paulatinamente que iba explotando a chispazos, quebrándose. Bebía para llenar el hueco que sentía mi cuerpo. Y me lo tomé tan al pie de la letra que viví muerta. Las semanas pasaban, la depresión aumentaba. "¿Qué te pasa?", me cuestionaban. ¿Pero en qué cabeza cabe preguntarle a alguien perdido, que no encuentra el sentido, si está bien?
Nunca supe el origen de mi declive emocional.
Apareció y, sin motivo aparente, me enamoré del desamor intentando agarrarme a un salvavidas que, en vez de sacarme del mar, me hundió más en él. Quise llenar aquel ahogamiento mental, y de corazón. Así que me estanqué en una ilusión imparable e infinita.
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Burlando el tiempo
RomanceTodo se inició en un acto de valentía y de fe, en su mirada. No estoy hablando de amor sino de una ilusión óptica: nunca lo llegué a conocer, bueno, en cierto modo sí, solo una parte, pero muy parcial y nunca fue profundamente. Intenso... ni lo sé...