¿Sabes cómo se inició este cuento? No recuerdo bien si fue a causa de mi vacío existencial o porque necesitaba amor o por ambos. O si, sinceramente, solo quería vivir algo o de alguien. O si quería morir estampando mi cuerpo varias veces con el suelo, estancándome. Solo sé que nos conocimos una tarde de octubre. Martes o jueves, ¿Qué más da el día? Lo importante aquí es el lío argumental. Sí, porque llegaste tarde a la clase, como fueron los siguientes días, como sucedió a lo largo de toda nuestra relación. Siempre ibas tarde. Tú eras el minuto de después. Nunca llegabas a tiempo, ibas al eco del viento. El hecho es que apareciste como cuando nace una seta, de golpe, saliendo porque sí. Al verte pensé ¿De qué palo va este tío? Continué con la mía, pero sin prestar atención a la "teacher" pues estaba más pendiente de ti que del panorama.
Las semanas se reducían con el paso de los días, cada vez era más interesante ir a estudiar inglés solo por ti. Porque estabas presente. Pasamos de ser unos desconocidos a conocernos. ¿Recuerdas el primer suceso? Yo sí, fue cuando me fotografiaste en medio de la clase y me enfadé y luego me abriste por chat para pedirme disculpas. Fue cuando decidí, al terminar la hora y media de clase, irme por otro camino, separada de vosotros. Porque también estaba otra persona, un amigo tuyo que pasó a ser amigo mío. A raíz del acontecimiento que pareció tan insignificante, nos iniciamos en una aventura, en la del enamoramiento el quince de diciembre del dos mil dieciocho. Dejamos de ser dos pronombres independientes para convertirnos en nosotros. Fue un invierno primaveral porque nació una ensoñación y se hinchó de ilusiones hasta que estallaron.
Quedamos tres veces consecutivas aquel domingo, la tercera fue la definitiva, la vencida, dicen. La rendida, digo. Viniste, bajé y fui hacia ti. Nos encontramos. Mañana, mediodía y noche. Cuando el atardecer amaneció y me miraste y observé tus hoyuelos sonrientes, mi corazón saltó de alegría. Nos fuimos, paseando, a la pizzería de la esquina. Una vez dentro, después de pedir, nos sentamos, mirándonos mientras comíamos. La explosión ya había empezado, pues en nuestro interior plantamos la semilla, quiero decir, la que luego se verbalizó como un te quiero para amarte.
Al salir, nos pusimos a caminar sin un rumbo definido, o quizás estuvo delimitado, dirigiéndonos, sin querer y queriéndonos, a un parque hasta acabar balanceándonos en un plato volador, que ya no está, porque flotamos mientras fuimos comiéndonos las estrellas a bocanadas de aire, de suspiros. El cielo se quedó, aquella noche, ennegrecido. Brillamos. Creamos las quince reglas del amor, después de que me pidieras que fuera tu pareja, luego de responderte con un "Claro" significando un "Claro que sí." Allá estuvimos, levitando entre el vaivén del ser querido y del te estoy queriendo a ti, siempre en gerundio.
El segundo viaje, porque el primero, el del enamoramiento, ya lo habíamos iniciado, fue cuando fuimos a la playa en invierno. ¿Recuerdas?
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Burlando el tiempo
RomanceTodo se inició en un acto de valentía y de fe, en su mirada. No estoy hablando de amor sino de una ilusión óptica: nunca lo llegué a conocer, bueno, en cierto modo sí, solo una parte, pero muy parcial y nunca fue profundamente. Intenso... ni lo sé...