Con una cerveza en mano, un moño a medio hacer y en bragas, aquí y ahora empieza mi nueva vida. Sentada en el balcón observo a mi alrededor y no consigo llegar a ninguna reflexión. Después de dejar el libro que nunca termina y un móvil vacío de batería, me percato del simple hecho: necesito o me sobra algo. Estoy hueca, no soy dueña de mí. Quiero un cambio, un giro o nada. Y si escribo esto, estas miserables verdades, es porque me quiero encontrar o quizás quiero llegar a encontrar. No me pregunto, solo necesito escribir. Es necesidad. No como antes que fue puro placer a pesar del esfuerzo y del sudor, pero era bonito, hermoso. Ahora es duro y cuesta arriba.
Tengo la mirada fría y caminando en mi era, siendo veinteañera, me pierdo. Y no es malo, al contrario, es sano. Rompe, tanto, que duele, que escuece. No quiero eso, sufrir, pero lo hago porque siento a instantes y en pequeñas cantidades. Me digo que es hora de cambiar, de pausar y refrescar la vida. Es un momento de intensidad, de coger, correr y jugar con las palabras, con las verdades y las mentiras y equivocarse y volar mucho, aunque luego una se estampe y acabe derrapando.
Y me gusta lo que sale de mí, de mi ser interno, de mi corazón, de mi infierno.
Ya no sé si estoy aquí por qué sí o por qué no. El caso es que voy a comenzar.
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Burlando el tiempo
RomanceTodo se inició en un acto de valentía y de fe, en su mirada. No estoy hablando de amor sino de una ilusión óptica: nunca lo llegué a conocer, bueno, en cierto modo sí, solo una parte, pero muy parcial y nunca fue profundamente. Intenso... ni lo sé...