PARTE XXVI

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Ximena

El ataque sufrido me tenía todavía con los nervios de punta y poco pude disimular ante mi mamá lo que había pasado. Claudio intentó calmarla, pero ella estaba furiosa.

—Pero estoy bien, mamá —le aseguré—. No me pasó nada. Fue al pobre de Claudio al que le cayó el café.

—No me pasó nada, el saco me cubrió —dijo él—. No tiene de qué preocuparse.

—Claro que tengo —rebatió mi madre—. Ahorita es un café hirviendo, ¿y luego? ¿Ácido? ¿Una bomba? Esto está muy peligroso.

—Entiendo, señora, pero la señorita Ximena está en buenas manos. Desde ahora, el señor Villanueva incrementará la seguridad para ella y para ustedes, estoy seguro.

—Lo único que quiero es que mi hija esté lejos de esa gente tan mala —gruñó ella—. Dios mío, Dios mío, estos sustos me van a matar.

—No digas eso —dije abrazándola—. Por favor, mamá, no. Suficiente tenemos con lo de papá y que mi hermano no aparece.

—Me llamó hace un rato el muy ingrato —masculló ella—. Le remuerde la conciencia, pero no se aparece porque sabe que yo soy capaz de entregarlo por...

—Mamá, calma —la interrumpí—. ¿Mi papá está despierto?

—Sí, nena —asintió.

—Pasaré a verlo. Tú ve para la casa a descansar. Claudio, ¿no la llevaría? Es que...

—No, hija, debes quedarte con él para no estar desprotegida —me dijo mi mamá.

—No se preocupe, un compañero mío vendrá ahora mismo —dijo Claudio sacando su celular.

—Gracias —le dije yo—. ¿De verdad está bien? Me preocupa.

—Me encuentro bien, señorita —me aseguró—. Estos son gajes del oficio; mi saco me protegió. Créame que si me doliera algo, se los haría saber.

Mamá y yo compartimos una mirada preocupada, pero al final decidimos creerle a Claudio. Luego de eso, yo entré a la habitación de mi papá, quien tenía los ojos abiertos, pero no tenía puestos los lentes.

—¿Quién es?

—Yo, papá —le respondí acercándome.

—Hija —dijo sonriendo al tomarme la mano—. Mi hija linda.

—Papá...

Tu mamá me dijo que Alejandro me donó sangre.

—Sí, lo hizo.

—Es un buen hombre —contestó—. Se nota que lo traes...

—Papá, no digas esas cosas desagradables —le pedí molesta—. Para mí, Alejandro sigue siendo el mismo muchacho que...

—No, ya para nada es el mismo —negó con la cabeza—. Ahora...

—Me refiero a que para mí sigue siendo una persona, no lo veo como tú quieres verlo, como un candidato a la presidencia —lo interrumpí.

—Perdóname, hija. —Suspiró—. No era eso lo que quería decir.

—¿Entonces?

—Alejandro es un buen muchacho —dijo con tono serio. Verlo expresarse tan bien me daba alegría, por más que me molestara su interés por mi novio—. Y sí, fue muy tonto en el pasado, pero se nota que ahora te quiere bien. Y me da gusto que también lo quieras.

—Sí, así es, pero aunque no fuera...

—Ya lo sé. Tú solo quieres que te traten bien y te respeten —me cortó—. Perdóname, hija.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora