Daemon tenía cuarenta y nueve días de su nombre cuando murió a causa de las frías aguas, luego de haber asesinado a su sobrino y convertirse en un asesino de parientes, el peor pecado cometido por un hombre. En los días previos a su muerte, la carga de sus acciones pesaba sobre él, pero nunca flaqueó en su convicción.
Según los dioses nuevos y viejos, "Maldito es el hombre que asesina a su sangre". Cuando Daemon era un niño, su septa le enseñó que aquellos que se volvían contra su propia sangre estaban condenados a un lugar especial en el infierno, donde los Siete Dioses se encargaban de su tormento eterno. Recordaba claramente las palabras de la septa, que resonaban como un eco distante en su mente: "El infierno de los dioses es un lugar de sufrimiento sin fin, reservado para aquellos que traicionan su propia sangre".
Daemon esperaba aquello, esperaba llegar a ese lugar reservado para los asesinos de sangre. En sus pensamientos, imaginaba encontrarse con Maegor y otros tantos que habían conspirado contra sus propios parientes. No se arrepentía ni por un momento mientras caía desde los altos cielos hasta las heladas aguas. Cada gota de agua que tocaba su piel parecía congelar sus recuerdos, pero no podía enfriar la ardiente resolución en su corazón. No se arrepentía ni un poco de su decisión, pues él mismo había acabado con otro asesino de parientes.
No cualquier asesino de parientes: había acabado con el mismo hombre que mató a su pequeño hijo, Lucerys, a quien él mismo había ayudado a criar, a quien entrenó y quien lo llamó padre. Lucerys no era más que un niño apenas convirtiéndose en hombre cuando fue asesinado cruelmente mientras servía de mensajero para su madre. La imagen de Lucerys, con su sonrisa inocente y su espíritu indomable, nunca abandonó la mente de Daemon. Se culpaba profundamente por no haber estado allí para protegerlo.
Los únicos remordimientos que Daemon Targaryen llevaría a la tumba serían el dejar al resto de sus hijos atrás, solos contra sus enemigos. Ni siquiera podía ya confiar en que Rhaenyra los mantendría seguros, demasiado débil en el arte de la guerra. Sabía que sus hijos enfrentarían desafíos y peligros que él ya no podría ayudar a superar. Esa era la verdadera agonía que lo consumía.
Lamentaba profundamente por las mujeres que alguna vez llegó a amar y a las que les falló: Mysaria, Rhaenyra y Laena, su amada y dulce Laena. Laena había sido la mejor jinete de dragones que los Targaryen verían alguna vez, una mujer cuya valentía y gracia inspiraban a todos a su alrededor. Ella había sido el amor de su vida, y si tan solo hubiera sido más rápido en su decisión de preservar su vida en vez de la del niño en su vientre, ella podría haber estado con él y sus hijas. Quizás no habría tenido que asesinar al dragón que su amada Laena tanto adoraba, aquel que también le dio muerte. El recuerdo de Laena, con su risa y su fuerza, era una herida que nunca sanaría.
Daemon lamentaba muchas cosas: los errores cometidos, las vidas que no pudo salvar, los amores que dejó atrás. Pero nunca lamentó acabar con la vida de su sobrino. A sus ojos, había hecho justicia por Lucerys, había vengado a su hijo, y esa era una resolución que nunca traicionaría. Y si tenía que sufrir en el infierno, que así sea. Mientras las frías aguas lo envolvían, Daemon encontró un extraño consuelo en la certeza de su destino. Su última reflexión fue una mezcla de dolor, amor y una feroz determinación que ni siquiera la muerte podía apagar.
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Para consternación de Daemon, no fue el fuego y el dolor lo que lo recibió luego de que la vida escapara para siempre de su cuerpo.
Estaba allí, simplemente existiendo. No podía abrir los ojos ni la boca, sus músculos estaban de alguna manera comprimidos, y eran pocos los movimientos que podía realizar con el poco espacio que tenía. Pensó que quizás ese era su castigo: sufrir allí eternamente con su propia mente atormentándolo, repitiendo sus errores y remordimientos sin cesar.

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La Joya Del Reino.
FanfictionDaemon está feliz con la oportunidad que los Dioses le habían otorgado, no le importaba nacer como mujer en esta nueva vida. El simplemente no esperaba renacer en la época de la conquista.