Capítulo 1: La huída

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El eco de los pasos resonaba en los túneles oscuros y sinuosos, mezclándose con la respiración agitada de un joven que corría por su vida. Sus ojos, dilatados por el terror, escudriñaban la penumbra tras él, donde la oscuridad parecía cobrar vida propia, persiguiéndolo con una voracidad implacable.

En sus manos, envuelto precariamente en un trozo de tela que apenas contenía su resplandor metálico, llevaba el objeto que lo había convertido en el centro de esta cacería despiadada. El peso del artefacto parecía aumentar con cada paso, como si fuera consciente de su importancia en el destino del mundo.

El muchacho, cuyo nombre se había perdido en el caos de su huida, sentía que sus fuerzas menguaban. Los túneles parecían interminables, un laberinto diseñado para confundir y atrapar a quienes osaran adentrarse en sus profundidades. Sin embargo, una tenue luz al final de uno de los pasadizos renovó sus esperanzas.

Con un último esfuerzo, aceleró hacia la salida. La promesa de libertad estaba tan cerca que casi podía saborearla. Pero el destino, cruel y caprichoso, tenía otros planes.

De la nada, tentáculos de pura oscuridad emergieron, serpenteando por el aire con una agilidad sobrenatural. El joven sintió el roce gélido de aquellas extremidades etéreas contra su piel, provocándole un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. En un instante, se vio atrapado, inmovilizado por el abrazo implacable de las sombras.

En un acto desesperado, nacido del instinto de supervivencia y de la comprensión súbita de que su misión era más importante que su propia vida, el muchacho realizó su último acto de rebeldía contra las fuerzas que lo perseguían. Con un grito que mezclaba frustración y esperanza, lanzó el objeto envuelto hacia la luz.

El paquete voló por el aire, girando sobre sí mismo. La tela que lo envolvía se aflojó lo suficiente para revelar un destello de bronce y el tintineo de una cadena. Por un momento, pareció que el tiempo se detenía, como si el mundo entero contuviera la respiración ante la importancia de ese instante.

El objeto atravesó el umbral entre la oscuridad de los túneles y la luz cegadora del exterior, aterrizando con un ruido sordo en la arena del desierto que se extendía más allá de la entrada del laberinto subterráneo.

El joven, aún atrapado en las garras de la oscuridad, esbozó una sonrisa de triunfo antes de ser engullido por las sombras. Su sacrificio no había sido en vano; el objeto, fuera lo que fuese, estaba ahora fuera del alcance inmediato de aquellos que lo perseguían.

En la vastedad del desierto, el sol inclemente brillaba sobre las dunas doradas, creando espejismos que danzaban en el horizonte. El silencio sepulcral fue roto por el sonido de cascos galopando. Un grupo de jinetes, sus rostros ocultos bajo turbantes que los protegían del sol y la arena, se acercaba a toda velocidad. En sus estandartes ondeaba el símbolo de un disco solar, un emblema que hablaba de una antigua orden dedicada a proteger los secretos del desierto.

Al frente del grupo, un hombre de porte majestuoso frenó su montura. Sus ojos, curtidos por años de vigilancia en las arenas implacables, se posaron sobre el objeto que yacía medio enterrado. Con reverencia, desmontó y se acercó, sus pasos lentos y medidos, como si se aproximara a algo sagrado.

Al agacharse para recogerlo, el hombre sintió el peso de la historia en sus manos. El bronce pulido reflejaba la luz del sol, y la cadena tintineaba suavemente con la brisa del desierto. Por un momento, pareció que el mundo entero contenía la respiración, a la espera de lo que sucedería a continuación.

Pero el silencio expectante fue roto por un rugido que parecía provenir de las entrañas de la tierra. La arena comenzó a arremolinarse, formando un torbellino que crecía en tamaño e intensidad. De su centro, emergieron figuras oscuras, sus formas cambiantes y amenazadoras, que se materializaban como si fueran la encarnación misma de las pesadillas más profundas de la humanidad.

Los jinetes del disco solar, alertas y preparados, formaron un círculo protector alrededor de su líder y el objeto. Sus armas, una mezcla de tecnología antigua y moderna, brillaban bajo el sol inclemente del desierto.

Así comenzaba la batalla, una confrontación que llevaba milenios gestándose. En un lado, los guardianes de la luz, protectores de un legado tan antiguo como la civilización misma. En el otro, las fuerzas de la oscuridad, hambrientas de poder y destrucción.

El desierto, testigo silencioso de innumerables conflictos a lo largo de la historia, se preparaba para ser el escenario de una lucha que determinaría el destino del mundo. Y en el centro de todo, brillando con una luz propia que parecía desafiar tanto a la luz del día como a las sombras que lo codiciaban, yacía el objeto, la clave de un poder más allá de la comprensión humana.

La batalla por el control del artefacto y, con él, el futuro de la humanidad, acababa de comenzar.

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