1 - La Joya del Reino.

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Una risa resonó por los grandes pasillos de la Fortaleza Roja

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Una risa resonó por los grandes pasillos de la Fortaleza Roja. La pequeña princesa Daena, de cinco días del nombre, corría lejos de su espada jurada, Ser Addison Colina, miembro de la Guardia Real, también conocida como las capas blancas.

El caballero corría detrás de la traviesa princesa menor, que había huido de sus clases con su septa. Daena reía mientras animaba a su caballero a ir más rápido. El pobre hombre solo se preguntaba en qué momento había elegido convertirse en la espada jurada de la princesa.

Ah, ya lo recordó, él no lo escogió, la princesa lo hizo. Según rumores, ella había escogido al comandante Corlys Velaryon, pero su madre no lo permitió, diciendo que el Lord Comandante debía cuidar al Rey, no a una princesa. Aunque claro, eran rumores sin fundamento.

— Princesa Daena, vuelva aquí. Debe regresar a sus lecciones o su madre la castigará —la niña solo reía más fuerte mientras sostenía su hermoso vestido rosa, que ondeaba mientras corría por los pasillos adornados con tapices y estandartes de dragones.

Addison solo supo que él también sería castigado cuando el solar del rey quedó a la vista. Lloró internamente al saber que Ser Corlys lo pondría a entrenar el doble la mañana siguiente.

Custodiando la puerta estaban sus compañeros de capa, los hermanos Goode, Ser Gregor y Ser Griffin, quienes le enviaron una sonrisa divertida al ver a la princesa.

— Como la princesa lo pida —los hermanos abrieron las puertas y la princesa no perdió tiempo en entrar en el salón.

Addison solo pudo quedarse afuera, esperando que el Lord Comandante no se enterara de esto.

— ¡Kepa! —lo que antes era un ceño fruncido en la frente de Aegon ahora era una sonrisa al escuchar la voz de su preciosa hija. — Leika —el muchacho sonrió al ver a su hermana menor con el vestido desarreglado por la carrera evidente.

— Otra vez dejaste atrás a Ser Addison, al parecer —Aenys le revolvió el cabello a su hermana y esta se quejó antes de ir con su padre, quien estaba sentado frente a su escritorio, rodeado de pergaminos y documentos importantes.

La princesa pidió ser alzada y Aegon lo hizo, poniendo a la pequeña en sus piernas. La niña, con su vestido rosa desarreglado y sus mejillas sonrojadas por la carrera, parecía la viva imagen de la alegría y la inocencia.

— Otra vez escapando de tus lecciones, no debes hacerlo —regañó suavemente el rey a su hija. La niña hizo un puchero y miró a su padre con ojos de cordero. Aenys rodó los ojos, sabiendo que estaban manipulando a su padre.

— La septa es mala —dijo con voz infantil, despegando los ojos de su padre y ahora mirando lo que había sobre el escritorio. Sin que los hombres lo supieran, ojeó los textos, leyendo rápidamente la información en ellos. Para Aegon y Aenys, solo quería ver los dibujos.

— ¿Por qué? ¿Te hizo algo? —Aenys miró a su hermana preocupado, sin saber qué haría si alguien se atrevía a tocar a su pequeña hermana.

— Ella dice cosas que no me gustan —declaró la princesa. Aegon frunció el entrecejo igual que su hijo mayor.

La Joya Del Reino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora