Daemon está feliz con la oportunidad que los Dioses le habían otorgado, no le importaba nacer como mujer en esta nueva vida.
El simplemente no esperaba renacer en la época de la conquista.
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Aegon amaba a su hija, su pequeña y dorada princesa. No importaba que viniera de Visenya, él la amaba más que a nada, a diferencia de Maegor, con quien era distante. Desde el momento en que Daena nació, Aegon sintió un amor profundo e incondicional por ella. Su nacimiento había traído una luz nueva a su vida, y en sus ojos, Daena no podía hacer nada mal.
Su pequeña Daena era simplemente perfecta; desde su cabello hasta su piel, era toda Valyria y su adoración. Sus cabellos dorados brillaban bajo el sol y sus ojos violetas eran un recordatorio constante de su herencia noble. Siempre que podía, Aegon estaba con ella, cargándola durante los banquetes y poniéndola en sus piernas durante las reuniones del consejo. Todo el reino hablaba de ella y de la adoración de Aegon por su hija, lo que le ganó el apodo de "La joya de la corona". La nobleza y la plebe por igual se maravillaban ante la belleza y gracia de la pequeña princesa.
Aegon amaba a su hija más de lo que nunca amaría a ninguna de sus esposas o a alguno de sus otros hijos. Para él, Daena representaba la pureza y la esperanza del futuro. Por eso, quería que su hija tuviera lo mejor; ella debía ser reina. Imaginaba un futuro donde Daena gobernaría con justicia y sabiduría, llevando a su reino a nuevas alturas. Su amor por ella era tan grande que a menudo soñaba despierto con el día en que ella se sentaría en el Trono de Hierro.
Rhaenys amaba a su sobrina, feliz de poder tener una hija aunque no fuera de su vientre. Después del nacimiento de Aenys, había perdido su útero, un evento que la había sumido en una profunda tristeza. Sin embargo, la llegada de Daena le dio una nueva razón para sonreír. Agradecía a su hermana por darle la oportunidad de vivir la maternidad junto con sus hijos. Era feliz mimando a la pequeña princesa, tejiéndole ropas con sus propias manos y enseñándole canciones y cuentos de antaño. Para Rhaenys, Daena era la hija que nunca pudo tener, y la trataba con todo el amor y cuidado del mundo.
Ni qué decir de Visenya, ella amaba a su hija. No era tan cercana a ella como lo era con Maegor, su hijo mayor, pero aun así la amaba profundamente. Agradecía que al menos Aegon parecía quererla, a diferencia de su otro hijo. En momentos de soledad, Visenya reflexionaba sobre la distancia entre ella y Daena, deseando poder ser una madre más presente. No admitiría que tenía cierto rencor por este hecho; su esposo prefería a su hija por encima de ella misma y de su otro hijo. Pero no podía objetar nada; al menos la quería y agradecía por ello. Solo esperaba que Maegor no creciera odiando a su hermana por el claro favoritismo de su padre. Visenya temía las semillas de resentimiento que podrían crecer en el corazón de Maegor, y se esforzaba por inculcarle amor y respeto hacia su hermana.
A diferencia de lo que Visenya creía, él amaba a su hermana. Desde el primer momento que la vio en su cuna, supo que ella sería suya. Maegor, con su carácter fuerte y determinado, se sintió inmediatamente protector de Daena. Su hermana, aquella que crecería para convertirse en su futura esposa, aquella que le daría hermosos hijos de sangre Valyria. Imaginaba un futuro juntos, donde gobernarían como señores, uniendo aún más a la familia y fortaleciendo el reino. Su amor por ella era posesivo y absoluto, y no permitía que nadie se interpusiera entre ellos.
Aenys no era diferente. Tenía 10 años cuando nació su hermana, cinco días del nombre más que Maegor, pero aun así se había quedado prendado de la belleza de la pequeña Daena. Ella era encantadora, muy diferente a los bebés que había conocido antes. Aún recuerda cuando la vio por primera vez.
La pequeña Daena había llorado cuando fue puesta en sus brazos, pero aún asi. Desde ese momento, supo que ella debía ser suya, su reina. Aenys, aunque más calmado y reflexivo que Maegor, sentía una profunda conexión con su hermana. La cuidaba y la protegía siempre que podía, deseando ser su héroe y confidente.
Los años pasaron y la belleza de Daena solo creció, así como el afecto de sus hermanos. Mientras Maegor veía en ella a una futura esposa y madre de sus hijos, Aenys la veía como una reina sabia y justa, una compañera en el trono que compartiría con él el peso de gobernar. Cada uno, a su manera, estaba convencido de que era el único adecuado para estar a su lado.
Una lástima que dos hermanos que antes habían sido tan unidos terminarían en una lucha por la mano de la mujer que amaban. La rivalidad que se gestaba en sus corazones no pasaba desapercibida para nadie en la corte, y sus padres observaban con preocupación cómo el amor fraternal se transformaba en celos y competencia.
Pero, ¿ella los amaba? Era algo que descubrirían de manera dolorosa. Daena, con su espíritu libre y su corazón lleno de sueños, amaba a sus hermanos de una manera pura e inocente. No comprendía del todo las intensas emociones que provocaba en ellos y solo deseaba que la armonía y el cariño prevalecieran en su familia. Sin embargo, el destino tenía otros planes, y el amor que los hermanos sentían por ella desencadenaría eventos que marcarían el futuro de la casa Targaryen para siempre.
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