El Misterio de los Botones

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Día 1: El Reloj

Era media tarde y Umma estaba sentada en la plaza observando el antiguo reloj de la alcaldía que retumbaba con sus profundos tic-tac. Comía con tranquilidad un burrito veggie al mismo tiempo que admiraba la antigua obra de ingeniería mecánica y se asombraba de cómo algo tan grande podía funcionar sin electricidad ni combustible. Desde pequeña siempre admiró el mecanismo, por lo cual cada tarde se sentaba frente al blanco e imponente edificio del alcalde para verlo funcionar mientras disfrutaba de su almuerzo. Era su rutina, tan reconfortante como melancólica.

Se preguntó qué sería de ella si el reloj dejara de funcionar algún día. Llevaba ciento sesenta años girando las manecillas sin parar y en ese momento se veía desgastado y oxidado, olvidado por el tiempo, pero seguía funcionando. Tal vez lo seguirá haciendo por otros ciento sesenta años más. ¿Quién podría saberlo?

Cuando era pequeña quiso ser relojera para poder arreglar aquel viejo aparato y trabajar toda su vida en él, pero no recordó en qué momento las cosas cambiaron y terminó administrando su propia cafetería en una de las esquinas de aquella plaza.

Se hallaba ensimismada viendo el elaborado mecanismo, cuando su mano pasó a tocar un pequeño objeto que se encontraba en la banca, al costado de donde estaba sentada. Se volvió hacia él y se dio cuenta que era un pequeño botón rojo. Lo tomó entre sus dedos y lo observó con detenimiento. No recordó haberlo visto ahí cuando llegó y le pareció curioso. "¿Tal vez se le cayó a alguien que estuvo sentado antes que yo?", pensó.

—¿O tal vez fue un pequeño duendecillo que lo acaba de colocar aquí? —se dijo en tono de broma.

Lo pasó entre medio de cada uno de sus dedos. Pensó: "Lo dejaré aquí por si su dueño decide regresar por él". Un par de palomas fueron espantadas por un cachorro juguetón y el aleteo de las aves la hizo sobresaltarse. Luego se rio y llamó al cachorro a su lado para darle un trozo de su burrito. Jugó un rato con el animal hasta que su dueño, un niño de unos doce años que iba demasiado abrigado para el clima de otoño, lo encontró y se lo llevó.

Umma se giró de nuevo hacia el reloj y vio que ya era hora de volver al trabajo. Se levantó, hizo una reverencia hacia él y se marchó apresurada. Mientras caminaba hacia su pequeña cafetería, "El Cafecito Alegre", puso su manos en los bolsillos y se topó con algo inesperado. Lo sacó de prisa y se dio cuenta que era el botón rojo. "¿En qué momento lo guardé? Creí haberlo dejado en su lugar", pensó, pero no le dio mucha importancia.


Día 2: El Chico de la Lavandería

Como todos los días, Umma se preparó para ir hacia la plaza en su hora de almuerzo y comer frente al reloj. Puso el cartel de "vuelvo en 30 minutitos 🫶" en la puerta de su pequeña cafetería y se propuso a cruzar la calle, cuando oyó una voz juvenil decirle de cerca:

—Buen día, Umma.

Ella reconoció en seguida al nuevo ayudante de la lavandería que estaba a dos calles de ahí.

—Martin. Hola. Disculpa por lo del otro día —le dijo a la vez que terminó de cerrar con llave su local.

—No te preocupes —respondió algo apenado—. Yo debería pedirte disculpas por intentar invitarte a comer a un restorán apenas conocerte.

—No es tu culpa, yo soy la bicha rara.

—No digas eso —replicó con una sonrisa—. Mi jefa ya me contó que vas todos los días a comer frente al reloj, pero yo no encuentro que seas rara. Es tu ritual y lo encuentro muy tierno.

—Muchas gracias —vio su reloj y luego se apresuró en dirigirse hacia su destino—. Nos vemos, tengo el tiempo justo. Que tengas un buen día.

No esperó respuesta y cruzó la calle, pero al llegar al otro lado, Martin se encontraba caminando a su lado. Él levantó un bolso que llevaba en sus manos y dijo:

Un poco de fantasía, algo de sangre y unos cuantos insectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora