CAPITULO 4

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Y tenía una piel muy hermosa, esa tez melocotón y nata que los omegas pretendían conseguir levantándose con arsénico.

Pero el atractivo de Neville no era del tipo en el que se fijan los hombres normalmente. Y su natural tímido y sus ocasionales tartamudeos no
reflejaban con exactitud su personalidad.

De todos modos, era una lástima esa falta de popularidad, porque podría
haber sido una esposa perfectamente buena para alguien.

—¿Quieres decir entonces que yo debería considerar la posibilidad de
una vida de delincuencia? —dijo, obligándose a volver la atención al tema que tenían entre manos.

—Nada de eso —repuso Neville, con una recatada sonrisa en la cara—. Sólo sospecho que con tu labia podrías salir impune de cualquier cosa.

—Y entonces, inesperadamente, se puso serio y añadió en voz baja—. Envidio eso.

Theo se sorprendió tendiéndole la mano y diciendo:

—Neville Longbbotom, creo que debes bailar conmigo.

Y entonces Neville lo sorprendió echándose a reír y diciendo:

—Eres muy amable al pedírmelo, pero ya no tienes por qué bailar
conmigo.

Él sintió un curioso pinchazo en el orgullo.

—¿Qué demonios quieres decir con eso?

Neville se encogió de hombros.

—Ya es oficial. Soy un solteron omega. Ya no hay ningún motivo para bailar
conmigo para que yo no me sienta dejado de lado.

—Yo no bailaba contigo por eso —protestó Theo.

Pero sabía que ese era exactamente el motivo. Y la mitad de las veces
sólo recordaba pedírselo porque su abuela acababa de enterrarle el codo en la  espalda, y fuerte, para recordárselo.

Neville lo miró con una leve expresión de lástima, y eso lo fastidió, porque jamás se había imaginado que Neville Longbbotom  pudiera tenerle lástima.

Notó que se le ponía rígido el espinazo.

—Si crees que vas a poder librarte de bailar conmigo ahora, estás muy
engañado.

—No tienes que bailar conmigo sólo para demostrar que no te molesta
hacerlo.

—«Deseo» bailar contigo —dijo Theo, casi en un gruñido.

—Muy bien —dijo Neville al cabo de un momento que a él le pareció
ridículamente largo—. Sin duda sería una grosería mía si me negara.

—Probablemente fue grosería dudar de mis intenciones —dijo él,
cogiéndole el brazo—, pero estoy dispuesto a perdonarte si tú te perdonas.

Neville tropezó, y eso lo hizo sonreír.

—Creo que me las arreglaré —logró decir Neville, con voz ahogada.

—Excelente —lo miró con una cálida sonrisa—. Detestaría imaginarte
viviendo con la culpa.

La música estaba empezando así que Neville le cogió la mano, hizo su
venia y comenzaron el minué. Era difícil hablar durante la danza, y eso le dio unos momentos para recuperar el aliento y ordenar sus pensamientos.

Tal vez se le pasó la mano en su dureza con Theo. No debería haberlo regañado por invitarlo a bailar, cuando la verdad era que esos bailes con él estaban entre sus más preciados recuerdos. ¿Importaba que él lo hubiera hecho sólo por lástima? Habría sido peor si no la hubiera sacado nunca a bailar. Arrugó la nariz.
Peor aún, ¿significaba eso que tenía que pedirle disculpas?

—¿Había algo malo en ese pastelillo?
—le preguntó Theo cuando los
pasos del baile los acercaron.

La danza volvió a separarlos y ya habían pasado diez segundos
completos cuando ella pudo decirle:

—¿Por qué lo preguntas?

—Tienes el aspecto de haberte tragado algo en mal estado — contestó Theo en voz alta, harto ya de esperar que la danza los volviera a reunir para poder hablar.

Varias personas se giraron a mirar y luego se alejaron discretamente,
como si Neville fuera a vomitar ahí mismo sobre la pista de baile.

—¿Tenías que gritarlo a todo el mundo? —siseó.

—¿Sabes? —dijo Theo, pensativo, inclinándose en una elegante venía al terminar la danza—, ese ha sido el susurro más fuerte que he oído en mi vida.

Era insufrible, pero Neville decidió no decírselo, porque la habría parecer un personaje de una mala novela romántica. Acababa de leer una en
que la heroína empleaba esa palabra (o un sinónimo) casi en todas las
páginas.

—Gracias por el baile —dijo, cuando llegaron a la orilla del salón.
Casi añadió «Ahora puedes ir a decirle a tu madre que has cumplido tu
obligación», pero al instante lamentó el impulso.

Theo no había hecho nada que mereciera ese sarcasmo. No era culpa de él que los hombres sólo bailaran
con ella cuando los obligaban sus madres. Por lo menos él siempre sonreía y reía mientras cumplía su deber, lo cual era más de lo que se podía decir del resto de la población masculina.

Él se inclinó amablemente y musitó sus gracias. Estaban a punto de
separarse y partir cada uno por su lado cuando oyeron un fuerte ladrido Omega:

—¡Señor Bridgerton!

Los dos se quedaron inmóviles, paralizados. Era una voz que los dos
conocían. Una voz que todo el mundo conocía.

—Dios me asista —gimió Theo.

Neville miró por encima del hombro y vio a la maligna lady McGonagall
abriéndose paso por entre el gentío; se encogió al ver enterrarse ese
omnipresente bastón en el pie de una desventurada jovencita.

—Tal vez se refería a otro señor Bridgerton —sugirió—. Hay varios,
después de todo, y es posible…

—Te daré diez libras si no te apartas de mi lado —dijo Theo a borbotones.

Neville  se atragantó con el aire.

—No seas tonto, yo…

—Veinte.

—¡Hecho! —dijo Neville sonriendo, no porque necesitara particularmente el dinero sino porque encontraba curiosamente agradable sacárselo a Theo.

—¡Lady McGonagall! —exclamó, acercándose a la anciana—. ¡Qué
agradable verla!

—Jamás nadie encuentra agradable verme —dijo lady McGonagall en tono agudo—, a excepción tal vez de mi sobrino, y la mitad de las veces no estoy segura ni de Theo. Pero gracias por mentir de todos modos.

Theo no dijo nada, pero la anciana se giró hacia él y le golpeó la pierna con el bastón.

—Buena elección al bailar con él  omega—le dijo—. Siempre me ha gustado.

Tiene más sesos que el resto de su familia toda junta. Menos de un segundo después, cuando Neville empezaba a abrir la boca para defender por lo menos a su abuela, lady McGonagall ladró:

—¡Ja! Veo que ninguno de los dos me contradice.

—Siempre es un placer verla, lady McGonagall —dijo Theo, obsequiándola con una sonrisa del tipo que podría haber dirigido a una cantante de ópera.

—Mucha labia tiene éste —le dijo lady McGonagall a Neville —. Tendrá
que vigilarlo.

—Rara vez es necesario hacerlo —repuso Neville—, ya que con mayor
frecuencia está fuera del país.

—¡Lo ve! —graznó lady McGonagall—. Le dije que es inteligente.

—Habrá observado que yo no la contradije —dijo Theo tranquilamente.

La anciana sonrió aprobadora.

—No, ya lo noté. Se está volviendo inteligente en la vejez, señor
Bridgerton.

—De vez en cuando se ha comentado que yo poseía una pequeña
cantidad de inteligencia en mi juventud también.

—Jumjum. La palabra importante en esa frase sería «pequeña», claro. Theo miró a Neville con los ojos entrecerrados y vio que parecía estar  atragantándose de risa.

—Los omegas debemos ayudarnos mutuamente —dijo lady McGonagall a nadie en particular—, ya que está claro que nadie más lo hará.

Theo decidió que era el momento de alejarse.

—Creo que veo a mi madre.

—Escapar es imposible —graznó lady McGonagall—. No se moleste en
intentarlo y, además, sé de cierto que no ha visto a su madre. Está ayudando a una cabeza de chorlito que se descosió la orilla del vestido. —Se volvió hacia Neville, que estaba esforzándose tanto por dominar la risa que le brillaban los ojos con las lágrimas sin derramar.

—. ¿Cuánto le pagó para que no lo
dejara sólo conmigo?

Neville no pudo evitarlo y soltó una carcajada.

—Perdone, ¿qué ha dicho? —exclamó, cubriéndose la horrorizada boca.

—Ah, no, dilo, dilo —dijo Theo cálidamente—. Ya me has ayudado
muchísimo.

—No tienes qué darme las veinte libras —dijo Neville.

—No pensaba dártelas.

—¿Sólo veinte libras? —preguntó lady McGonagall—. Jumjum. Yo habría
pensado que valía como mínimo veinticinco.

Theo se encogió de hombros.

—Soy tercer hijo. Perpetuamente escaso de fondos, me temo.

—¡Ja! Tiene el bolsillo tan gordo como al menos tres condes —dijo lady McGonagall —. Bueno, tal vez no condes —añadió después de pensarlo un poco—. Pero unos cuantos vizcondes y muchos barones, eso sí.

—¿No se considera mala educación hablar de dinero en compañía mixta?

—preguntó Theo, sonriendo levemente.

Lady McGonagall dejó escapar un sonido que bien podía ser un resuello o una risita (Theo no logró determinarlo) y dijo:

—Siempre es de mala educación hablar de dinero, sea en compañía.


Seduciendo a Mr. Theodore NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora