Capítulo 27.

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Al entrar en la cabaña, encontró a Allan parado en medio de la sala, con rostro preocupado. Cerró de un portazo, encendida en cólera.

—¿Amantes? ¿Por eso te alterabas cuando hablaba de ella? ¿Cierto? —Él respiró hondo y se mantuvo en silencio—. ¿La traías aquí, a tú nidito de amor?

—Era una mujer casada. Lo que hicimos no significó nada.

—¿Nada? Claro, exactamente como lo que sucede entre nosotros.

—Deborah...

—¡¿Qué?! ¡¿Me vas a decir que no te gustaba estar con ella?! —gritó, los celos la atormentaban.

—¿Debo responder a eso? —Allan comenzó a impacientarse. No le agradaba que le reclamara algo que había hecho dos años atrás.

—No. Por supuesto que no. Es tu vida y a mí... ¡me importa un comino lo que hagas! —Se dirigió furiosa a su habitación, pero él se lo impidió.

—Deborah, espera.

—¡No! Déjame, fue un error venir aquí.

Ella trató de esquivarlo, pero Allan la tomó por los brazos y la apoyó contra la pared para apresarla y evitar que se debatiera.

—Me dijiste que te quedarías.

—¿Para qué? Puedes llamar a Jimena y decirle que estás vivo. Ella se alegrará de tenerte de nuevo.

Lo empujó para liberarse, sin lograr moverlo.

—Maldita sea, eso fue hace dos años. Y no te imaginas cuanto me arrepiento.

—¡Mentira! Me engañaste para aprovecharte de mí. Eres igual a Brian. ¡Suéltame!

—¿A Brian? ¿Al anormal que no le importó tu dolor y se refugió en los brazos de otras? Tal vez, en los de tu adorada amiga —le reprochó Allan. Ella lo miró enfurecida.

—No hables tonterías.

—¿Por qué eres tan ciega? Me bastó escuchar una sola conversación para darme cuenta.

—¡Déjame!

—¿Para qué? ¡¿Para qué corras a Minnesota a recuperar al amor de tu vida?! —dijo alterado. Necesitaba hacerla reaccionar. Quería abrirle los ojos.

—Lo que yo haga no es tu problema.

—Sí que lo es. Te advertí que no te dejaría ir. ¡Olvídate de Brian!

Ella gruñó, debatiéndose, pero no lograba que él suavisara su agarre. Allan la sostenía para que se calmara, sabía que estaba furiosa y así, actuaría de manera precipitada. Después de tanto luchar, ella pareció rendirse.

—No me estoy burlando de ti —aseguró él con un tono más sosegado. Debby lo traspasó con una mirada iracunda, aunque tenía el corazón hecho polvo.

—Déjame ir.

—No te irás y punto —aseguró Allan, con una voz autoritaria que no admitía discusiones. Por un minuto fluyó el silencio entre ambos. Él la miraba con una creciente necesidad, se acercaba a sus labios, inseguro. Debby perdía poco a poco su actitud desafiante. La cercanía de ese hombre le despertaba emociones que rápidamente le sustituían la cólera—. No te dejaré ir.

—Allan...

—Dijiste que te quedarías.

—No soy como Jimena. No puedo darte lo mismo —expresó, invadida por la pena.

—Eso es lo que busco. No quiero nada como ella, te quiero a ti. Te deseo solo a ti.

La besó con arrebato. Ambos se exaltaron por la enorme ebullición de sentimientos que el contacto de sus bocas les avivó. Allan le cubrió la cabeza con las manos y la acercó más a él. No estaba dispuesto a dejarla ir. La retendría como fuera.

—No te vayas, Deborah... Maldita sea, no quiero que te vayas —susurró sobre sus labios. Debby alzó las manos para acariciarle el pecho, estremecida por la fuerza de las emociones que sentía. No quería irse, le dolía apartarse de él, pero se sentía humillada y engañada.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber, y cerró los puños golpeándole con suavidad el pecho.

Allan frotó el rostro contra la piel de su cara, para sentir su calor y aspirar su aroma. Le obsequiaba besos furtivos, hasta que pudo recuperar el ritmo habitual de la respiración. Luego se separó y le dedicó una mirada enfebrecida cargada de deseo.

—Porque fue ella quien pagó por mi asesinato.

Después de decir aquello, se marchó a su habitación. Dejó a Debby allí, pasmada, con los ojos húmedos. Sumida en una amarga sorpresa.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora