Capítulo 4

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NICK

Mi chica se había graduado. No podía evitar sentirme el hombre más orgulloso del mundo, no solo era preciosa sino que además era increíblemente lista. Había acabado el curso con las mejores notas, las universidades se la habían rifado y finalmente había decidido ir a mi universidad, aquí en Los Ángeles. No sé qué habría hecho si hubiese regresado a Canadá, como en un principio se había planteado.

No veía la hora de que se mudara a mi piso, aún no se lo había dicho, pero mi intención era que viniese a vivir conmigo. Estaba harto de tener que soportar todas las malditas restricciones que nuestros padres no habían deja- do de imponernos nada más empezar a salir. Desde el secuestro de Noah, su madre se había vuelto completamente paranoica y no solo eso, sino que ambos, mi padre y Raffaella, habían empezado a demostrar lo poco que les entusiasmaba que sus hijos estuviesen saliendo juntos. La cosa se había ido enfriando poco a poco y ahora que ya no vivía con ellos, en vez de normalizarse todo, como yo había supuesto en un principio, había ocurrido todo lo contrario. Apenas dejaban que Noah viniese a mi casa ni que se quedase a dormir. Habíamos tenido que inventarnos todo tipo de gilipolleces con tal de poder estar juntos sin interrupciones. A mí me daba prácticamente igual lo que mi padre o su mujer tuviesen que decir, ya era mayorcito, tenía veintidós años y pronto cumpliría veintitrés, haría lo que me diese la real gana, pero no era lo mismo para Noah. Era consciente de que llevarnos cinco años iba a suponernos varios problemas de cara al futuro, pero nunca pensé que me causarían tantos putos dolores de cabeza.

Pero ahora no era momento de pensar en esto: estábamos de celebración. Iba a llevar a Noah a la dichosa hoguera en la playa que organizaban los de su clase. No es que me apeteciera especialmente pero, al menos, pasaríamos un rato juntos. Al día siguiente Noah iba a estar superliada con la fiesta de graduación y su madre quería cenar con ella después de la ceremonia, por lo que, o salíamos ese día u otra vez iba a tener que compartirla con todo el mundo. Sabía que sonaba egoísta, pero esos últimos meses, con to- das las cosas del colegio, yo viajando a San Francisco y las trabas de nuestros padres no había pasado ni la mitad del tiempo que había querido estar con ella, así que iba a aprovechar la ocasión.

El trayecto hasta la playa fue agradable, Noah estaba emocionada por su graduación y no se calló en los veinte minutos que tardamos en llegar. A veces me hacía gracia su manera de gesticular con las manos cuando estaba excitada por algo: en esos momentos, por ejemplo, sus manos parecían tener vida propia.

Aparqué el coche todo lo cerca que me permitía la aglomeración de gente que había allí reunida. No solo parecían estar los alumnos del curso de Noah en la playa, sino todas las malditas clases graduadas del sur de California.

—Se suponía que íbamos a ser unos pocos —comentó ella mirando perpleja, igual que yo.

—Si unos pocos es medio estado...

Noah sonrió ignorando mi respuesta y se volvió hacia Jenna, que apareció justo en ese momento con la parte superior de un biquini y unos pantalones cortos que se le pegaban como una segunda piel.

—¡A beber! —gritó Jenna.

Todos los tíos en medio metro la vitorearon, levantando sus vasos al aire.

Noah la abrazó partiéndose de risa. Cuando llegó mi turno me aproveché de mi altura y fuerza para arrancarle el vaso de la mano y tirar el líquido a la arena.

—¡Eh! —protestó indignada.

—¿Dónde está Lion? Debería estar aquí —dije sonriendo abiertamente ante su mohín disgustado.

Culpa tuya © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora