Los Ojos Azules

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El Reencuentro

Carla inhaló con lentitud el aire fresco, algo húmedo, que llevaba consigo el olor a jazmín de los jardines. El sol de la tarde otoñal bañaba la Plaza Independencia en una luz dorada y cálida. Las hojas de los plátanos centenarios caían con lentitud, pintando los adoquines con rojos intensos y naranjas vibrantes. Los suaves murmullos de los transeúntes y las aguas danzantes de la fuente creaban un ambiente reconfortante, un oasis en medio del bullicio de la gran ciudad de Mendoza.

Cada Abril llegaba con fuerza a rememorar los mismos aromas y colores que la transportaban a aquella época de su niñez cuando jugaba, corría y saltaba por los bancos de hierro bajo los plátanos y jacarandás. Mientras la silueta de su padre, solemne, sosteniendo el periódico bajo el brazo, la observaba bajo aquella vieja boina negra. Cada vez que ella lo miraba, él le devolvía una cálida sonrisa y esperaba paciente, de pie siempre, a que se cansara para volver juntos a casa.

Sentada frente a la fuente, cruzó las piernas, se arregló la larga cabellera ondulada y castaña, levantó las gafas de sol mostrando sus bellos ojos heterocromáticos: uno azul y otro color miel. Sacó el celular del pequeño bolso gris que llevaba a un costado. Eran las tres con doce y aún no había señales de Sofía, su "bestie" de la infancia. Aún así estaba tranquila porque sabía que llegaría tarde, por el mensaje que había recibido hace unos minutos.

Estaba muy emocionada y nerviosa, no la veía desde hace unos nueve años. Fueron las mejores amigas desde que tenían memoria, hasta que la familia de Sofía tuvo que irse de la ciudad por problemas económicos y desde entonces era poco el contacto que tenían.

Pero ya no eran niñas, ambas eran mujeres adultas e independientes de veinticuatro años y su amiga había arribado a la ciudad para quedarse por unos días.

Vio además en la pantalla del celular que tenía nueve notificaciones de "Morenazo ❤️".

— ¿Qué le pasó a este hombre? Apuesto que no recuerda dónde se guarda la sal —dijo resignada, pero sonriendo—. Si él quiso cocinar hoy, debe saber arreglárselas solo. Yo le dije que estaría ocupada hasta tarde.

Como aún tenía algo de tiempo de sobra, abrió curiosa los mensajes de su pareja:

Carla, llegaré tarde a la casa, pero creo que lograré estar antes que tú [15:08]

Así que no te preocupes, que no faltaré a mi promesa 😘 [15:08]

Don Carlos me pidió ir a verlo ahora, que en la noche viaja a Alemania. Si no, tendré que esperarlo hasta Mayo [15:09]

Deséame suerte 😟 [15:09]

Te amoooo [15:09]

😘 [15:09]

😘 [15:09]

😘 [15:09]

😘 [15:09]

Carla sonrió mientras se mordió el labio inferior, los mensajes de su pareja siempre le llenaron el pecho de un calor agradable que se colaba por el resto de su cuerpo con fugacidad. Le responde:

¿O sea que la presentación de tu nueva obra es más importante que preparar la cena para tu adorable novia? Esto no se quedará así 😤 [15:15]

Broma 😜, es una excelente noticia 😀 [15:16]

Éxito mi vida, sé muy bien que te irá bien 😘 [15:16]

Estuvo a punto de agregar otro mensaje más empalagoso cuando se dio cuenta de la presencia de una señora de avanzada edad que la observaba de pie frente a la fuente de aguas danzantes. Su boca se movía, pero su voz era imperceptible. Llevaba el cabello gris ondulado y desordenado, tapándole en parte su rostro; sus ojos no se distinguían por las sombras de los mechones rebeldes. Vestía un largo camisón celeste y parecía no llevar nada debajo de éste, como si se hubiera arrancado de alguna institución mental.

Un poco de fantasía, algo de sangre y unos cuantos insectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora