23. Un buen alfa

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Él nunca hace más de lo que le permito, retrocediendo en cuanto se lo pido, pero hay algunas veces en las que no quiero que retroceda. Es mortificante. Me hace sentir mal por no odiarlo. Por dejar que se pelee con mi ropa y se meta entre mis piernas.

Estuve desprovisto de ropa frente al doc las veces suficientes para que me importase un carajo, pero aquello era clínico y quirúrgico, esto es extrañamente íntimo.

Protegerme nunca fue una opción para él, solo hacerme los cambios necesarios para que mi vientre pudiese hincharse y mis caderas abrirse.

Esto es diferente. Me pregunto si todos los alfas se comportan así con sus criadores. Enseguida desecho la idea, porque estoy seguro que no era el plan original que un alfa me tratase así.

Jeno le gruñe hasta a las sombras como si estas pudiesen apartarme de su lado. Me limpia y cuida como un lobo a sus crías. Incluso pasa su lengua por el pliegue de mi brazo hasta que está satisfecho. Ha sido así desde que regresé a la habitación, un gran perro guardián.

—No me lo quitaré —le regaño, golpeándole el dorso de la mano que sigue acercándose a los bordes de mi suéter. Lo ha maltratado tanto que las costuras están estropeadas y las mangas estiradas. —Deja de gruñir, perro grande.

Levanta la cabeza y me mira con una molestia instaurada en su mirada. He notado que a veces le lagrimean los ojos, se los refriega una y otra vez, poniendo presión con sus nudillos, pero solo logra enrojecerlos más. No sé si se deba a la fiebre o sea algo por lo que todos los alfas atraviesan durante la rutina.

–Jae... Jaemin –masculla, como si probase mi nombre por primera vez. Pasa la lengua por sus labios y vuelve a intentarlo. –Jaemin.

–¿Qué sucede?

Entrecierra los ojos, la cicatriz en su boca se estira cuando sonríe. Casi puedo imaginar una cola esponjosa moviéndose al ritmo de su efusividad. Entonces se zambulle en mi garganta, clava los dientes sobre la marca. El olor de la sangre flota en el aire, se mezcla con la lluvia y el coco.

–¡Ahh! Tú... eres horrible.

Cincho de su cabello, alejándolo de lo que supongo es su nuevo lugar favorito. Excepto que hay uno más, uno del que no me atrevo a hablar, quizá porque significa un montón de cosas que no me gustaría siquiera pensar.

La sangre (mi sangre) le recorre las comisuras. La saborea con gusto y a mí se me tuerce el corazón al presenciarlo. Huyo de él, arrastrándome por la cama, pero sus manos están por todas partes, me traen de regreso al lío de nuestras extremidades. Se coloca encima de mí y limpia la nueva herida con tanta devoción que me deja vencido.

–¿Qué haré contigo?

–Jaemin.

–Sí, sí. –Entierro los dedos en su cuero cabelludo e intento relajarme, aunque el dolor es bastante insoportable. Y no hablemos del maldito olor a hierro. –Lo pagarás caro cuando esto termine, tonto alfa.

Al final logra quitarme el suéter.

Y temo estar cediendo demasiado ante un alfa, pero este alfa no me es tan aterrador como el resto. A lo mejor estoy perdiendo mis capacidades mentales. Todas las feromonas invisibles que flotan en el aire deben estar afectándome.

Le miro de reojo, está feliz sintiendo mi piel desnuda bajo su mejilla. Bien, al menos uno de los dos está en paz. Sus ojos se curvan como si descolgase la luna del cielo en una sonrisita estúpida y poco confiable.

–Jaemin.

–¿Es todo lo que sabes decir?

Se acerca, con sus manos apoyadas en la cama a los costados de mi cabeza y presiona su nariz en la mía. A mí se me nubla la vista y se me dificulta la respiración, pero a él no le sucede lo mismo. Ensancha las fosas nasales, frunce el ceño y vuelve a hacer eso de respirar como si pudiese conocer el fondo de mi alma en el proceso.

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