22. Alimentar a los monstruos

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Ahora que no puedo huir de la verdad, esta cae como plomo sobre mis hombros. El tiempo no ha mejorado y no sé a qué se debe porque nunca llueve más de unas pocas horas en el Edén. Desempaño la ventana con los dedos, pero la lluvia vuelve a prohibirme ver nada más que mi deformado reflejo.

Me siento como una babosa a la que le han echado sal. Él debe sentirse mucho peor.

No ha salido de la cama desde que se duchó y me pidió que clavase la daga en su corazón si me hacía algo con lo que no estaba de acuerdo. Ni siquiera supe cuándo se enteró del arma blanca bajo mi almohada, pero no discutí al respecto porque no me temblaría el pulso para defenderme. Al final me quedé de pie cerca de la ventana.

No me he movido desde entonces.

Soy egoísta. Estoy haciendo todo esto para cuidar al monstruito siniestro que vive en mi interior y me ruega que no lo pierda de vista, no así, no cuando se supone que le pertenezco. Toco con las yemas la marca en mi cuello, arde, quema más que nunca y me pregunto si su piel estará igual de caliente que la mía. Debería ayudar, hacer algo más que observar desde la distancia.

Debí haberle dejado ir con Renjun.

Pero solo pensar en lo que harían, en que el beta calmaría su dolor, en que la lluvia, la tierra y el bosque de invierno se quedarían en otra piel... se siente como una estocada en el pecho.

Los primeros pasos son una tortura. Me aferro a mi ropa y procuro mantener bajo control el clamor que quiere salir de mi boca. Su aroma se hace más fuerte a medida que me acerco a la cama, pero no abre los ojos, ni mueve las manos que se aferran a las sábanas.

Nunca me he atrevido a mirar la quemadura de su pecho. Recién hecha debió haber sido hermosa y poderosa, perfecta para el príncipe caído en desgracia que su padre creó. Ahora la piel está arrugada y oscurecida, las líneas se han vuelto endebles y han perdido su gracia. Debe haber sido doloroso, debe haber hecho fiebre por noches eternas hasta que la piel por fin volvió a regenerarse. Me imagino a un niño pequeño solo en el desierto, con el pecho quemado y la impotencia de no poder derramar lágrimas por temor a que los monstruos puedan escucharle.

Se me estruja el corazón.

Un montón de diminutas arrugas se le forman alrededor de los ojos. Me acerco con sumo cuidado, su aliento me quema cuando le miro a esta distancia. Noto la cicatriz en su boca y el lunar bajo su ojo. Entonces hago lo que mamá hacía cuando la gripe me vencía sobre el camastro del refugio; quito los mechones humedecidos y pego mis labios en su frente.

Hierve.

Antes de que pueda incorporarme por completo su mano se cierra en mi muñeca. ¡Oh Dios! He sido realmente egoísta. El miedo regresa al galope junto a los ojos inyectados en sangre que me miran desde abajo.

—Estás volando de fiebre —le digo, sintiendo mi propia lengua adormecida por la falta de saliva. —Iré a... Le pediré ayuda a alguien.

Incluso si es Renjun. O la criadora. Cualquiera sabrá qué hacer más de lo que puedo deducir con mi escaso conocimiento. Nunca he estado con un alfa en celo, el doc me cambió antes de pasar por uno propio. Y ahora que no soy ni lo uno ni lo otro mis propios celos no deben parecerse en nada a los de un alfa, y si a los de un omega, porque estoy hecho para desear que mi vientre se hinche y mis caderas se expandan.

Así como Jeno está hecho para desear hacerme esas cosas.

Haechan me lo había advertido, eso es todo lo que verán de mí.

—Jaemin.

Su mano me suelta, pero sus ojos siguen sobre mí, cada vez más rojos y más aterradores. La ansiedad me comerá vivo a este paso.

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