Capítulo 5 (Editado)

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Cocinar nunca se me dio muy bien. Sin embargo, aquí estoy, tratando de hacer una receta que vi en internet.

Hace muchos meses que estoy obsesionada con las delicias que preparan los asiáticos, no necesariamente en lo que se refiere a pescado crudo, sino a los pasteles y especialmente los pancakes. Los hacen tan esponjosos que duele verlos y no poder tocarlos. Dios, juro que prepararé uno y lo apretaré todo el día hasta que sea incomible... Eso sí no prendo fuego la cocina primero.

Tengo que separar la yema de la clara... Batir... ¿Qué más era?

Nunca tuve tiempo a dedicarme a esto cuando estaba en casa, pero como aquí no tengo nada más que hacer más que estar con el celular y ver televisión, podría averiguar si tengo algún tipo de destreza culinaria.

La cocina de Amanda era inmensa, podría estar tranquilamente en algún programa de la televisión enseñando como se hacen estos pancakes. Tenía dos microondas, una heladera más grande que cuatro yo juntas, una especie de mesada de mármol negro ubicada en el medio del espacio, donde se podría comer si hubiera sillas y todo alrededor estaba lleno de gabinetes con comida, utensilios y demás cosas que nunca vi en mi vida y no sabría decir que son.

Una vez que quedo una masa con consistencia líquida, tome un poco de mantequilla para poner en la sartén, no sabiendo si era para darle un gusto especial o para que no se pegara, o tal vez, un poco de ambas cosas. Cuando la mantequilla se esparció por todo el teflón y se calentó, tome con una cuchara sopera una buena parte de mi creación e intente colocarla suavemente en la sartén... Y digo intenté porque lo hice desde una altura que ni un pastor alabando al señor llega.

No sé si fueron los nervios de hacer la receta por primera vez o que se me pasó por la cabeza para intentar colocar la masa desde tremenda altura con manteca hirviendo esperándola. No hace falta aclarar que el contenido ardiente en el sartén salpico para todos lados, incluyendo mis manos y mis pies. Tampoco hace falta que saque a relucir que grite bastante por el susto; ni tampoco que apague las hornallas y arroje lo que tenía en la mano porque no sirvo para esto.

Era una conclusión precipitada, lo sabía, pero ahora en lo único en lo que estaba concentrada es en buscar hielo o algo lo suficientemente frío para que mi piel dejara de arder tanto.

¿Por qué creí que sería buena idea poner mucha más mantequilla de lo que dictaba la receta?

— ¿Qué ocurre?

Salte del susto. Alex estaba entrando a la cocina mirándome a mí, luego fijando su vista en todo el desastre que hice en la cocina y luego de nuevo en mí.

¿Acaso vino volando? No escuche ni un solo ruido.

— ¿Qué estabas haciendo? —pregunta mientras se acerca a inspeccionarme.

—Nada en especial, solo desacomodé la cocina para que quisieras matarme —replico sonriendo y apretando mi mano sin hacer ningún tipo gesto que reflejase el dolor que estaba sintiendo.

Alex arruga su entrecejo y cierra un poco los ojos. Demuestra más mi punto: —Exacto, esa mirada es la que estaba buscando.

Se volteó y empezó a caminar fuera de la cocina. —Limpia todo luego.

Yo también me volteé imitando sus últimas palabras como si fuera una niña.

Era una idiota.

Cuando él no estuvo más en mi campo de visión, corrí hacia la heladera buscando alguna cubitera milagrosa que me saque de esta tortura. Correr tampoco fue una de mis magníficas ideas, el piso estaba lleno de mantequilla derretida. Adivinemos que me paso.

¿Solo primos?  ©  (Disponible completo en Dreame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora