18. Bajo la tormenta

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Nunca fui demasiado sensible a los olores, incluso para ser un alfa mamá me dijo que sabía comportarme mejor que otros niños. Eso se ha acabado ahora.

La última semana fue un infierno. Xiu huele fuertísimo, me dijo que era porque las hormonas del embarazo acrecientan su olor, pero no se trata solo de él. Las sirvientes betas apestan como nunca antes y soy capaz de sentir la proximidad de un alfa a una puerta de distancia. No hay duda, podría vomitar cada vez que me cruzo con uno en la gran casa, al menos tienen la decencia (u obligación) de no mirarme como si fuese una incubadora humana lista para ser usada.

La habitación es el único lugar en el que puedo respirar en paz. Y no porque esté libre de aromas, no, la lluvia me acompaña en cada paso, parece que danza conmigo casa vez que me despierto y cada vez que me duermo. Es fuerte, jodidamente fuerte, tanto que he llegado a tener sueños en el que estoy bajo el ojo de una tormenta. La lluvia se lo lleva todo, pero trae consigo tierra y hojas de pino.

Mas de una vez en la última semana me he puesto duro por la avalancha descomunal de olores. Algunos no despiertan nada en mí, otro lo despiertan todo. Pero no puedo decírselo a nadie, no me atrevo.

Un golpe fuerte en la puerta me saca de mis pensamientos. Camino hacia ella y encuentro a Xiu del otro lado. Lleva ropa extraña y el pelo le cae lacio sobre la frente. Me mira y tuerce el ceño.

—Qué sucede contigo?

—A qué te refieres? —pregunto, fingiendo que no lo sé ya.

Me he mirado al espejo todas las mañanas para saber que no solo me siento extraño, también luzco como si me hubiesen cambiado por mi gemelo malvado. Y me da miedo esa idea porque sé de lo que estas personas son capaces.

—Estás sonrojado y... —olfatea el aire, arrugando su nariz cuando se acerca a mi cuello—, hueles raro.

—No huelo raro.

—Lo haces, es como si el coco y la lluvia estuviesen haciendo una guerra sobre ti.

—Deben ser las hormonas, tal vez también agudizan tu olfato.

Y al decir eso me pregunto si no estaré yo sufriendo un descontrol hormonal, después de todo el doc era quien controlaba mis niveles y ahora ya no está para hacerlo.

—Como sea, no hay mucho tiempo. Toma esto y cámbiate —empuja una capa similar a la suya en mi pecho—, te esperaré afuera.

—¿Para qué es est...?

Pone en dudo sobre mis labios.

—Sin preguntas, quiero ver qué cara pones en tu primera vez.

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Por un segundo entro en pánico al reconocer hacia donde vamos. El pabellón de criadores está tranquilo para ser un miércoles por la mañana, Xiu me toma de la muñeca por debajo de nuestras capas y me susurra que no podemos llamar la atención una vez estemos dentro. Quiero saber dentro de qué, pero soy bueno siguiendo órdenes sencillas como esa, por lo que guardo silencio.

Hay dos centinelas custodiando la puerta de un lugar que me es desconocido. Nos dejan entrar sin siquiera darnos una mirada, como si ya nos estuviesen esperando. Me aterra el olor repentino que me asalta el olfato. Sangre, vísceras, iodo y lavandas. Mi propio aroma crece cuando la verdad me es revelada, Xiu a mi lado me pide que me calme, pero no quiero calmarme porque esto parece el comienzo de alguna mala pesadilla.

Los ojos de Miham vuelan hacia los míos y la tensión que se desprende de ella es visible. Está en el medio de un gran conglomerado de capas rojas, sentada en un banquillo enano de color blanco que casi se camufla con las baldosas del suelo. Nos paramos en el fondo, hay una fila curvada de capas rojas que rodean a Miham, no, no a ella, sino a una chica que no debe de ser mayor que yo. Ella es la única sin una capa en la habitación.

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