15. Verbena

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Sia - Elastic Heart

Me despojan de mi ropa, la arrojan a un lado y me tiran en la regadera. El agua hierve, pero ninguno de ellos parece importarle que mi piel enrojezca de prisa. Cubro mis cicatrices por puro instinto, sabiendo lo feas que pueden llegar a verse.

–No tienes que hacer eso, niño –me dice la mayor de las mujeres, tiene arrugas en su cuello, pero ninguna en la cara–, todos aquí tenemos de esas.

Su nombre es Miham, tiene cincuenta años y ya nadie se acuesta con ella, pero fue una de las primeras criadas del "Señor Lee", por lo cual él le permite vivir en el pabellón con los más jóvenes. A mí me deja desconcertado, tal vez fui demasiado ingenuo al pensar que los alfas solo tenían a un criador para procrear, no todos los que quisieran.

Las manos del niño son fuertes, me hacen mirar hacia la pared y se encargan de refregar la mugre de mi espalda. Aguanto la necesidad de decirle que se detenga cuando llega a mi cuello, porque de ser así el aroma a lluvia se irá y la marca no habrá servido para nada. Pero cierro la boca y me trago las palabras.

–Es demasiado grande –dice el chico hacia las dos mujeres que esperan sentaditas en un par de sillas bajas, una de ellas tiene sobre su falda una muda de ropa de color rojo que supongo es para mí–. Mira su pecho, está en forma.

Me toca los pezones y en respuesta le muestro los dientes, pero él no parece impresionado, en cambio se ríe con poca amabilidad.

–Todos estuvimos en tu lugar, bajarás el cogote en cuanto el primero te toque.

–Xiu no seas malo con el novato –dice la mujer del cuello arrugado, ofreciéndole una toalla para que seque mi cabello–. En cuanto se embarace las hormonas harán que cambie.

Me pongo a temblar. Ellos hablan con tanta liviandad de ser tocado y embarazado que me pone los pelos de punta. No hay duda de que también son criadores, pero es un poco triste descubrir que el chico que ahora seca mis pies sea uno de nosotros, es tan diminuto que podría romperlo con mis manos. Supongo que le gusta ser así, el doc siempre dijo que tenía suerte de tener una cara bonita porque mi cuerpo no sería deseado en comparación a otros más menudos y armonizados.

Me alivia que la niña se haya quedado en el hotel, aunque es un muy probable que no sobreviva por mucho tiempo, también es una mejor alternativa a esta horrible realidad.

Y es entonces que noto el leve bulto que la ropa blanca esconde.

–Estás...

El muchacho se encoje de hombros.

–Tengo cuatro meses –me cuenta, luciendo orgulloso de ello. Las mujeres esconden sus risas detrás de sus manos.

Trago saliva, o quizá sea bilis porque me arde en la garganta. Y es que en todo en lo que puedo pensar es en que estos son los criadores del hombre que vi hace un rato, con su olor a podredumbre... como si un animal se hubiese muerto bajo la lluvia. El muchacho se acerca para enseñarme su panza y cuando el olor que lo sigue es igual de horrible las náuseas me ponen de rodillas, vomito lo poco que tengo en el estómago dentro de la regadera.

–Vaya... es débil, quién lo diría.

La otra mujer que hasta ahora había estado callada es la única que se acerca para ayudarme a ponerme en pie. Limpia mi barbilla con un pañuelito bordado, tan delicado como el dosel de la gran cama.

–Dime, niño –pronuncia en voz sumamente baja, los otros dos se inclinan para escucharla–, ¿acaso el hijo del señor Lee te preñó?

Despego los labios, indignado por la simple idea, el doc se estará revolcando en su tumba al escuchar eso, pero el muchacho se adelante y me aprieta la rodilla.

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