13. La entrada al paraíso

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Haechan dijo que no sería fácil entrar al Edén pero el alfa estaba tan empecinado en su estúpido plan que nada lo detendría. Según él, Jeno es un tipo amable, el más tranquilo entre ellos, callado y sensato. A mí no me lo parece, pero quizá estoy cegado por lo poco que me agrada el alfa.

Hay algo que no me gusta cuando le miro, es como si se tratase de una bomba de tiempo, algo que palpita detrás de sus ojos y de su pecho, algo que me estallará en la cara si no tengo cuidado.

Haechan también dijo que la vida en el Edén debía de ser jodidamente aburrida, entonces me tomó del pescuezo y me envió al suelo. Sus piernas cayeron alrededor de mis caderas, su mano presionó en los puntos en los que mi quijada termina.

—No lo te lo estás tomando en serio —dice, dejándome ir.

Me retuerzo sobre el colchón que ha visto mejores días. Apenas ayuda a alivianar los golpes que el omega me sigue dando en cada maldita parte del cuerpo. Si levanto mi camiseta podría tener una constelación de hematomas. Escupo saliva mezclada con sangre, agh, me ha cortado el interior de la boca en ese último tacleo.

—¿Por qué te importa tanto que aprenda a pelear?

Odio el olor que se desprende de mi cuerpo, es como el de un zorrillo atropellado en medio de una tormenta forestal. El polvo flota a contra luz de las altas ventanas, apoyo la rodilla en el suelo y me impulso hacia arriba. Haechan ya está listo para un nuevo encuentro de su bota con mi esternón.

—Vamos, perdedor —masculla, el color miel de sus ojos luce menos cálido que cuando nos saludamos esa mañana—, estás desperdiciando esos músculos.

Seco el sudor de mi frente, las manos me tiemblan al cerrarlas. Haechan se mueve como si bailase junto al viento, es ágil y silencioso como un guepardo, también ataca y te mira como uno, en comparación soy pesado y lento como una tortuga.

No tengo los suficientes reflejos, tampoco tengo la motivación.

La mayoría de los golpes provienen de sus piernas, porque es mucho más fuerte que yo con ellas. Ni siquiera logro levantar las mías con la suficiente rapidez para tomarlo desprevenido. Él utiliza sus pies para barrerme, mis manos se sujetan a la cadena que cuelga en su cuello y logro llevarlo conmigo al suelo.

Pero es un error atroz, porque esa es la especialidad de Haechan. Su delgado cuerpo trepa por el mío y su muslo se apoya en la hendidura de mi cuello, impidiendo el paso del oxígeno. Ah, me estoy muriendo, debería dejar que me mate, pero le doy golpecitos en su pierna y él me suelta.

—Necesitas saber defenderte —dice, respondiendo a mi pregunta anterior—, o te comerán vivo.

No vuelvo a levantarme, prefiero ver las manchas de humedad en el techo, una de ellas tiene la forma de un delfín y la de al lado se parece a una flor marchitándose después de haber sido desenterrada. Es triste, me siento justo como esa flor.

Y no. No necesito defenderme, soy un criador. Sé muy bien el papel que debo desempeñar: callado y obediente. Nunca mostrarme de más, nunca ser demasiado agradable a la vista, porque eso deben hacerlo los omegas reales, mi papel está detrás de bambalinas, bajo las altas y elegantes sombras de los miembros del Edén.

No se lo digo.

Haechan me arroja una toalla a la cara.

—No quiero que nadie te subestime, al igual que subestiman a los omegas. ¿Crees que soy débil, bonito y sumiso?

Niego, porque si bien Haechan es absurdamente bonito con su piel oliva salpicada de lunares y sus ojos ámbar que dan un indicio de cuán brillante y electrizante es su espíritu, él está lejos de ser sumiso y débil. Incluso el líder parece escucharle con más atención que a los otros. Haechan es fuerte, feroz y tiene tantas convicciones que resulta abrumador.

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