8. Bailar frente al televisor

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Entrar al Edén.

Debí haber escuchado mal. Hacía menos de veinticuatro horas esta misma persona me había dicho que no podíamos ni siquiera respirar cerca del otro, y ahora estaba pidiéndome ayuda. ¡Para entrar al Edén!

Es una locura.

Miro a cada uno de ellos. Imperfectos de pies a cabeza, nunca los dejarían pasar la zona, antes le dispararían en la cabeza y el desierto se los tragaría. Sería como si nunca hubiesen existido en primer lugar. Además, hay un beta entre ellos, no es que tenga nada en su contra, Renjun es el que mejor me cae en la habitación, porque algo en mi grita que no debo confiar en los alfas, lo que es loco ya que también es mi deber servirle a ellos.

Ah, y por si fuese poco, fui uno en mi vida pasada. Una vida en la que tenía menos de diez años y esperaba a que el virus dejase de ser un aliado de la muerte.

Entrar al Edén.

No sé qué sentir al respecto. Se supone que esto es lo que quiero, lo que debería querer. Pero una parte de mi está insegura, dolorida, al pensar en esa vida para la que fui hecho, o mejor dicho, rearmado.

No soy más que una pieza del dominó que se salió de su fila. A los ancianos en el refugio les encantaba esa clase de juegos y a mí me fascinaba ver el momento en que las fichas se golpeaban de una en una e iban cayendo, con ese ruidito satisfactorio. Ahora, que he caído más de una vez, solo puede esperar que las fichas vuelvan a reagruparse y que, por una vez, se mantengan erguidas.

Entonces pienso en el después. En lo que me sucederá si el plan sale bien y logramos entrar en el Edén antes de ser asesinados. Una vez dentro estaré por mi cuenta y otra nueva vida comenzará. Pienso en que tarde o temprano mis caderas se expandirán y mi vientre se hinchará. Es aterrador, pero es lo que deber ser.

El doc siempre me hizo saber que me acostumbraría fácilmente a las cosas, a mi nueva vida, tocase el alfa que tocase. No lo cuestioné sobre la camilla, algunas veces manchada con mi propia sangre, no lo cuestioné en el camión, sucio y apretujado entre otros varios cuerpos. Pero no es hasta ahora que comienzo a cuestionármelo.

¿Qué me sucederá realmente?

¿Me marcarán como al ganado del viejo mundo y me echarán al asador cuando mi carne esté bien condimentada?

¿Cuántos alfas me tendrán?

¿Qué harán conmigo?

Pienso también en las palabras del omega; no dejes que te toquen, a menos que quieras que lo hagan.

No lo quiero.

¿Pero lo querré una vez dentro del Edén?

Después de una tortuosa eternidad, levanto la cabeza. Ellos siguen atentos a mi reacción, no puedo hacer más que tambalearme hacia atrás.

—¿Por qué?

Pregunto, mi voz suena de ultratumba.

Es el alfa de pelo decolorado que me responde, no sin antes morder el aire entre los dos.

—No necesitas saberlo.

—Lo hago —exijo.

Pero, ¿lo hago?

Después de todo me he estado quejando de que ese es mi único destino. Y de ser así, ¿por qué me importaría saber sus razones?

Por suerte, no debo ponerme en ridículo frente a él con todas mis dudas arbitrarias, porque Renjun ha dado un paso hacia mí, encajándose entre el alfa y yo.

—No crees que deberíamos al menos ponerlo al tanto —dice, mirándole a él—. Si va a meterse en este embrollo merece saber la verdad.

—Él no confía en nosotros, yo no confío en él.

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