El calor se asienta en mi piel, me transpiran las manos y apenas puedo sujetar la ropa del beta. Pero debo poner toda mi fuerza en ello, él dijo que nadie me recogerá del suelo, si caigo me quedo aquí, solo, muerto. Es por ello que aprieto su cadera como si fuese a darme una vida extra. La tormenta de arena se acerca desde todas las direcciones, el cielo sigue siendo de un color oscuro, y odio creer que se trata de algo mágico.Tan mágico que podría ser un sueño.
Tal vez debo dejarme caer, entonces despertaré en el camión, con los ojos de la niña parpadeando hacia mí en la oscuridad. Pero tengo tanto miedo que no me arriesgaré a poner en práctica la teoría.
El amanecer nos persigue, apenas una estela de polvo es lo que dejamos atrás. Y de pronto el desierto se termina y la ciudad en ruinas cobra vida. La última vez que estuve en un lugar así tenía nueve años y pensaba que el universo contenía un millón de oportunidades. Luego, un hombre irrumpió en el ala de refugiados y decidió que los huérfanos eran el sujeto de prueba perfecto.
Las cosas han cambiado. No hay movimiento, en absoluto, ni árboles secos o animales huyendo como los hubo antes. No hay nada más que edificios destrozados, vigas oxidadas y escombros por las calles. Las motos se detienen cuando la arena lo hace y apenas distingo lo que solía ser una carretera, a un lado de esta el cartel de entrada a la ciudad está arrancado casi por completo.
Es doloroso de ver. Un día, hace muchos años, hubo vida por aquí, ahora no importa donde mire, todo está muerto.
–Suéltame– dice el beta y lo hago de inmediato.
Caigo al suelo como un peso muerto, observando el cielo gris donde las nubes de tormenta juegan entre ellas. Una mano generosa me cincha por el brazo intentando comprobar si sigo vivo o por fin pueden enterrarme (o dejarme allí, sin más).
Y quiero cerrar los ojos, rendirme ante el vapor que emana del suelo, volverme parte de los escombres. Quizá los carroñeros están llegando, olfateando mi sangre y mi carne que estará caliente por un rato más. Antes de por fin rendirme, el pañuelo que cubría la parte baja de mi cara se pasa a mi ojos y dedos callosos levantan mi cabeza para atarlo por detrás.
–Lo siento– escucho la voz del alfa cerca de mi oído–, no confío en ti.
Muevo mi rostro, despacio, hasta que capto el mínimo rastro de un olor en su cuello. Esta vez, entre el sudor y la mugre, existe una pisca de algo a lo que no puedo ponerle nombre, pero en mis recuerdos existe, no lo reconozco, y aun así, actúa como una curita sobre la herida más pequeña pero profunda de mi piel.
–¿Me asesinarás?
El alfa se aleja, mis manos ruegan para que no me abandone. Odio con todo mi ser esa parte nueva que implantaron en mí. Soy patético, debilitado, frágil. No solía serlo, ahora me cuesta diferenciar lo que fui de lo que soy.
–No creo que pueda caminar– dice el beta.
Y como si me lo hubiese recordado la pierna derecha comienza a punzar.
–Ve adelante, te seguiremos por detrás.
Sostiene mi brazo sin mucho cuidado, pasándolo por sobre sus hombros, el olor es más fuerte ahora que siento parte de su piel bajo mis dedos. El doc dijo que eso le sucedía a los omegas porque los sentidos de estos estaban más en contacto entre sí. Nunca creí que me sucedería a mí. Es horrible.
Y luego algo mucho peor sucede. Su mano se asienta en mi cadera y todo su peso se lleva el mío hacia adelante. Hasta que solo me mantengo de pie y caminando por su propia fuerza física.
Respira agitado cada vez que recorremos un nuevo tramo invisible para mí. Para cuando creo que hemos caminado una eternidad, el calor deja de sentirse como un peso que aprisiona mis pulmones, un frío húmedo lo sustituye. Hay una gotera que repiquetea en mi oreja izquierda.

ESTÁS LEYENDO
Edén
FanfictionTodo lo que un criador debe hacer es llegar al Edén. •Distopía •Omegaverse Portada: @Doddlemin ✨