1. Destino

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Hace calor. Es tan insoportable que temo cerrar los ojos y no ver el momento en que mi piel se prenda fuego y mis huesos se hagan polvo. Realmente creo que puede ser una posibilidad. Una posibilidad mucho más amena y tierna que lo que sucede en realidad.

No hay esperanza en el pequeño, sucio y oscuro rincón del camión en que estamos siendo transportados. Vi las imágenes de vacas siendo llevadas al matadero de la misma manera, pero al menos ellas podían levantar la cabeza y ver el cielo por última vez. En cambio, a nosotros nos espera un destino peor que la muerte.

Jamás volveremos a ver la luz del sol o el fulgor de la noche, aunque no es como que conozca demasiado de esas cosas. La habitación blanca y diminuta en la que me crie no tenía espacio para ventanas. Al menos, el doc nos dejaba subir y apreciar a través de las claraboyas el mundo al que jamás tendríamos acceso.

Alguien grita a lo lejos, los cuerpos se empujan y aprietan unos contra otros, al menos no estamos desnudos, he escuchado las historias de algunos que han ido y han regresado. Siempre rotos, resquebrajados, diferentes.

Personalmente espero no volver.

Supongo que este viaje es como ir de la nada misma hacia algo semejante al infierno. Y a veces me pregunto si "algo" no será mejor que "nada". A veces creo que he estado en el infierno por demasiado tiempo como para saber la diferencia entre algo y nada.

Pero veo los ojos azules de la niña agazapada frente a mí y puedo descifrar que hay peores escenarios que el mío. Al menos conocí otra vida, por poco que hubiese durado y aunque mi memoria se haya desgastado. Recuerdo la sensación de correr descalzo por la pradera, de mis pies entrando en el agua de una piscina pequeña. Ella, en cambio, solo conoce salas blancas, personas con mascarillas, guantes de látex y fríos pasillos pulcros.

Es pequeña, no tanto por su edad porque debe estar cerca de los diez años, pero el viaje desde los laboratorios ha sido largo y la sed y el hambre comienzan a notarse en sus cuencas hundidas, en sus labios resecos y en las heridas de sus dedos.

No es como que los otros estemos mejor. Todos parecemos carne pudriéndose bajo el calor y la oscuridad de una caja de metal.

Entonces un sonido chirriante hace que los ojos de la niña parezcan luces de alarma. Su madre la mantiene oculta en el rincón del vagón y me hace preguntarme si ella es realmente capaz de amar a la niña o si solo la protege por puro formalismo.

Un golpe en el costado derecho de la caja de metal nos tira y empuja hacia el mismo sector. Los cuerpos heridos crujen unos contra otros. El mío presiona más cerca del de la niña y sus ojos azules parpadean hacia los míos.

La caja de metal se abre y la luz dorada que ingresa choca en nuestros ojos y nos obliga a derramar lágrimas para no cerrarlos y perdernos de lo que está sucediendo. Hay otros destellos, más blancos y más falsos que el sol. Una voz ruje desde el comienzo del vagón, es un hombre o son dos, no puedo saberlo desde el fondo, pero están obligando al resto a salir y por un momento espero estar lo suficiente sucio para fundirme contra la pared corroída.

Sin embargo, mis pies tocan la arena y sé que deberé hacerme cargo de un montón de ampollas más tarde. Si sobrevivo y logro arrastrarme hacia el Edén. Siempre y cuando no haya sido infectado y decidan que es mejor dejarme afuera.

El mismo hombre cuyo rostro es cubierto por un pañuelo que vio días mejores se acerca a los omegas repartidos en la arena y ordena con esa voz estridente que formemos una fila. No puedo orientarme, pero es fácil saber que estamos en el medio de la nada, quizá a un día de los laboratorios y quién sabe a cuánto del Edén.

-Maten a las mujeres y encadenen a los hombres.

Por puro instinto busco a los conductores y al doc. Los encuentros amontonados en una pila de cadáveres humanos, las cabezas estalladas contra la arena no es una linda imagen.

Debería sentir pena, después de todo han sido las únicas caras que he visto en más de una década. Pero una fiera se regocija en mi interior al verlos muertos, muertos de una forma desagradable. Muertos antes de yo estarlo.

Y ahí está.

El primer disparo hacia la fila hace que me tiemblen las rodillas. El segundo empuja a algunos hacia el suelo, el tercero ya no causa tanto impacto como el primero, pero sigue siendo igual de horrendo que el segundo. Las gotas de sangre me salpican el rostro en el momento en que la mujer a mi derecha cae hacia adelante con un agujero en medio de su frente.

Es cuando veo ojos azules clavados en uno de los cuerpos.

Oh mierda.

La niña va a gritar, toma aire y se parapara, pero mi mano cubre sus labios que están tan frágiles que no demoran en sangrar. La empujo detrás de mí, justo como su madre hizo dentro del camión. Excepto que su madre está muerta y sus cabellos han quedado sobre mis pies.

Solo quedamos cinco machos de pie y la niña que respira de manera errática en el pliegue de mi axila.

-Revísalos uno por uno y mételos en la parte de atrás.

El tipo que da las ordenes apenas le quedan dientes, pero luce cadenas de oro que solo pueden ser del viejo mundo. Son comerciantes, pero no del tipo que te dan verduras por monedas, sino que venden mercancía humana a cambio de lo que sea que los haga sobrevivir fuera del Edén.

Y según las pocas conversaciones que he podido escuchar en los laboratorios, nadie, nunca, sobrevive por demasiado tiempo fuera del Edén. A menos que estén en los laboratorios o cuentes a los carroñeros como "sobrevivientes". Yo no lo hago.

-Jefe, hay una niña- dice el hombre de pie frente a mí.

Mis dedos aprietan tan fuerte el brazo delgado de dicha niña que temo haberle clavado las uñas en la carne.

Su jefe sonríe con esa gran falta de dientes y da su orden al levantar dos de sus dedos y fingir que acierta un disparo en el aire.

Mis músculos se tensan, mi sangre hierve, la voz que hacía mucho no usaba resurge de algún lugar y eriza cada parte de mí.

-¡No!

El arma se levanta, mis brazos también lo hacen, el frío metal se aprieta en alguna zona de mi palma. Se me ocurre decir algo patético como "es solo una niña". En cambio, digo algo mucho peor.

-¡Me haré cargo! -grito, o mejor dicho me desgarro las cuerdas vocales. -¡Dispárame a mí!

Y no tengo ni idea de donde viene ese coraje o ese instinto de proteger algo tan inservible en el desierto como una niña andrajosa y desnutrida. Pero supongo que después de varios intentos el doc por fin logró que un poco de ser "omega" se me pegase. Quién lo diría, realmente se puede convertir a un alfa en un estropajo usable para otros alfas.

El matón se encoje de hombres, dispuesto a dispararnos a los dos. Pero el jefe alza su mano y, gracias a Dios, cierra esa asquerosa boca.

-Déjalos aquí, que se pudran bajo el sol, ya tenemos suficiente para un buen botín. Si quieres diviértete un poco con el macho, pero procura no preñarlo, te olerán en su cadáver si lo haces.

Me gustaría decir que hay más en la historia. Que hubo un poco de esperanza después de tanto dramatismo. Pero no sería la verdad.

Lo que sucedió fue que di un paso hacia atrás cuando el matón avanzó y después me golpeó en mi ojo derecho con la culata del arma.

Dormí desde ahí.

Sin esperanza, nunca tuve nada de eso.

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