Capítulo 9: La audiencia

Comenzar desde el principio
                                    

—Si dejamos pasar esto así como así, Lucifer volvería a hacerlo —respondió Sera.

—Mi padre no fue—bufó con molestia ante la insistencia—. Estoy segura de eso. Pudo haber sido alguno de los pecadores intentando defenderse y en ese caso, ¿no sería justo? Todas las almas quieren seguir viviendo.

Un puñado de risas se resonaban por toda la sala, todos los presentes, excepto dos, reían a carcajadas. El rostro de Charlie se tiñó de rojo intenso causa de la vergüenza palpable que se extendió por cada fibra de su ser, apretó los puños intentando mantenerse fuerte frente a esta humillación.

—Un alma humana no puede acabar con un ángel —explicó Sera con sorna—. Eso solo podría ser causado por una fuerza divina; un ángel o Dios mismo. Y nada hecho por un vil pecador podría ser considerado justo, más si va en contra de las normas del cielo.

Charlie abrió la boca, pero las palabras no le salieron. Volvió a cerrarla. Nada. No sabía qué decir ante eso. Su padre no pudo haber sido porque estuvo a su lado durante toda la masacre.

—Que nunca haya pasado antes, no significa que no se pueda—respondió ella, buscando la manera de limpiar el nombre de su padre—. ¡Yo misma he visto cómo un 'vil pecador' hirió a mi padre lo suficiente como para hacerlo sangrar!

Silencio. Tan profundo y pesado que era aterrador. Sera volteó a ver al resto de ángeles que la acompañaban, todos murmuraban entre sí, dejando a Charlie fuera de la discusión.

Charlie se sintió tan sola en ese momento. Tan pequeña e insignificante. El miedo de que esto no sirviera de nada empezaba a formarle un nudo en el estómago.

—Dices cosas sin sentido—reprendió la mayor—, solamente eres la pequeña hija descarriada de Lucifer —masculló—. Si no tienes pruebas de que tu padre no fue el responsable, ni puedes darme alguna razón por la que el cielo no deba atacar a tu reino, entonces no hay razón por la que alargar esto.

—¿Las almas humanas no son razón suficiente? ¿Los demonios que solo tuvieron la mala suerte de nacer ahí? —preguntó ella, desesperada—Allá abajo hay cientos de personas que aprendieron su lección, que son mejores, ¡son buenas! Es horrible lo que le hacen a mi gente cada año y es más horrible que inicien con una guerra con la que el infierno no tiene oportunidad de defenderse. ¡Ustedes son peor que los más desalmados pecadores que han pisado el infierno alguna vez!

La habitación se llenó de un silencio tenso, mientras los ángeles intercambiaban miradas preocupadas. Algunos jadeos de sorpresa se escucharon por ahí. La líder de los serafines frunció el ceño, claramente perturbada por las palabras de Charlie. La princesa habló con determinación, su voz resonando con una fuerza que sorprendió incluso a ella misma.

—¿Qué insinúas?

—¿Qué cree que insinuó?—preguntó Charlie.

Puñados de ojos aparecieron en las alas de la serafín, todos grotescos y cargados de venas a causa de la furia que provocó la actitud altanera de la más joven, que se mantuvo firme y reacia. No podía dejar que siguieran ensuciando el nombre de su padre así, no podía dejarse intimidar.

—¡Ustedes han juzgado a mi padre desde la creación!—bufó ella—Nunca le han dado una oportunidad de redimirse, ¡ni a los pecadores del infierno! Los juzgan crueles y los matan.

—¡Basta ya!—la voz de Sera fue grave y tan fuerte que hizo todo temblará con fuerza—¡El jurado celestial no tolerará esta blasfemia, Charlie Morningstar! Tú y los tuyos son seres despreciables por naturaleza, el que estés aquí no es un logro tuyo, es por mera decisión nuestra. Tu padre se pudrira en el infierno y vera toda la maldad que creo por sus estupidas ideas, todo por que ese es el castigo que nosotros le impusimos. Toda su existencia se debe al mero placer de Dios, nuestro creador, ¡no eres importante! ¡No eres nadie! Y yo, como serfin principal, soy la encargada de decidir que hacer para defender el cielo. Y he decidido que no vamos a tolerar esta actitud insolente—vio a Charlie con desdén.

La sangre le hervía, no podía creer toda la basura que estaba escuchando. La ira creciente se iba acumulando en ella, haciendo que sus extremidades se sintieran calientes. Sus ojos se agrandaron, con la esclerótica tornándose rojo sangre y sus pupilas dilatandose. Sus enormes cuernos se hicieron presentes y sus manos se ensancharon, sus huesudos dedos se alargaron y afilaron dando la apariencia de aterradoras garras.

—E-eres—titubeo—¡UNA GRAN HIJA DE PERRA!

El silencio la azotó, cuando se dio cuenta de su error ya era muy tarde. Los seres más importantes del cielo la veían con repudio.

Al ser señalada por Sera, un grupo de ángeles la rodeó de repente, sus alas desplegadas como garras dispuestas a atraparla. Con un salto alto, se libró de ellos, pero al caer al suelo, la visión de las alas extendidas la llenó de pavor. Sabía que tenía que correr, escapar de aquellos seres celestiales que la perseguían con implacable determinación. Salió de la habitación con la velocidad del miedo impulsando cada paso, sintiendo el aliento de cuatro ángeles acechándola. Su corazón latía con fuerza, bombeando adrenalina mientras corría por los pasillos, una huida desesperada en busca de refugio. Con determinación, alcanzó la puerta de la habitación donde Angel se encontraba, la abrió bruscamente y, con temblorosas manos, cerró la puerta, asegurándola con el cerrojo, como si esa delgada barrera fuera suficiente para protegerla de la tormenta que se desataba afuera.

De una patada que causó un fuerte estruendo, abrió la puerta del baño.

—¡Carajo!

Angel Dust no estaba.

El cielo era enorme, ¿cómo lo iba a encontrar? Se dio la media vuelta y soltó un agudo grito al notar a alguien sentado sobre la cama, viéndose las uñas. Un ángel rubio y de ojos azules la veía con atención, se levantó y se acercó a ella con curiosidad.

—Eres idéntica a Lucifer—dijó él—. No podías no meterte en problemas, igual que él—negó con la cabeza.

—¿Dónde está Angel?—preguntó con desconfianza—¿Qué fue lo que le hiciste?

—¿Quién? Su alteza, cuando llegue ya estaba vacío—respondió—. Debes salir de aquí antes de que...

Se pudo escuchar el aleteo de las alas acercarse, aquel desconocido ángel abrió la ventana con rapidez, se acercó a Charlie y la tomó del brazo para juntos lanzarse al vacío. A media caída desplegó un par de magníficas alas emplumado y emprendió un vuelo veloz. Alejándose tan rápido como podía de aquel edificio, asegurándose de no ser visto por nadie, Charlie se sacudía intentando liberarse del fuerte agarre del ángel.

—¡Deja de moverte, te estoy ayudando!—la reprendió con voz molesta.

—¡Tengo que encontrar a Angel!—chilló la muchacha.

El ángel suspiró.

Descendió con cuidado, dejando que la Princesa pusiera con delicadeza sus pies en el suelo. Se paró frente a ella, con sus alas aún extendidas.

—¿Quién eres?—le preguntó Charlie.

—Gabriel—respondió—. Un viejo amigo de tu padre, me pidió que cuidara de tí. Te esperare con las puertas abiertas, tú busca a tu amigo.

Sin despedirse, emprendió el vuelo, dejando a Charlie sola nuevamente. Ella volteó a su alrededor, la basta infinidad del cielo la llenó de pánico ensordecedor. Corrió a cualquier dirección en busca de su amigo.

Ángeles Caídos|| Hazbin HotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora