1| Un futuro incierto

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1| La práctica hace al maestro

Gideon

Que puto dolor de cabeza.

La boca la tenía seca y me dolía varias de mis articulaciones después del intenso ejercicio del día anterior. Me giré en la cama, ocultando la cabeza bajo la almohada por el sol que entraba por la ventana, cuando sentí el peso de alguien a mi lado. No era algo novedosos en mi vida despertar acompañado, tampoco era que me importase demasiado, solo quería tener sexo antes del partido y ella aceptó aun sabiendo que no sacarían nada más de mí.

¿Qué problema había en eso?

Para mí, ninguno. Para la sociedad, muchísimos.

Empezando por la poca moralidad que decían que tenía, la falta de responsabilidad viniendo de un deportista y la mala imagen que daba a los más jóvenes que querían ser como yo. La verdadera pregunta era: ¿quién querría ser como yo? La mala vida no se aprende, se desenvuelve después de varios golpes en el camino y no podía pretender tapar con un dedo el sol, evitando y coartando mi identidad.

Bebía. Fumaba. Y follaba. Y no, no me arrepentía de nada. Bueno, tal vez, sí. De haberme pasado gran parte dormido en mi letargo viendo como todo lo que me rodeaba cambiaba de forma irreparable. No podía decir que era feliz, pero al menos soportaba mis demonios con esos tres pilares, logrando levantarme cada mañana y no muriendo en el camino. Además, no faltaba a ningún partido como el entrenador pedía. ¿Qué más querían?

Un estruendo al otro lado de la puerta me obligó a levantarme. Tres segundos después la puerta estaba abierta y una Kim enojada me miraba con los brazos cruzados. Ian apartado unos pasos por detrás sacudía la cabeza mientras que el entrenador se adentraba en la habitación del hotel como si le perteneciese. Esto sí que era novedad. ¿Desde cuándo los Cross nos acompañaban a los partidos?

—¿A qué se debe esta agradable visita? —Pregunté desde la cama, cubriéndome mi entrepierna más por ellos que por mí.

A mi lado, una de las camareras del restaurante del hotel, se cubría con la ropa de cama. Agachó la cabeza y sintió la vergüenza por los dos.

—¿En qué momento vas a empezar a obedecer las órdenes que se te dan? —Kim fue la primera que habló y, por consiguiente, la que comenzó a gritar sin importar despertar al resto de personas de la planta. —¡Firmaste un contrato y parece que te limpiaste el culo nada más salir de nuestra oficina con él!

Kim, la jefa de prensa y esposa de Ian, se paró a mi lado. Podía ver cuán enfadada estaba y, repito, no era ninguna novedad. Me gritarían, habría un castigo monetario y bajaríamos a desayunar antes de prepararnos para el partido. Siempre era lo mismo.

—Recoge tus cosas y vete.

—Eso tendría que decírselo yo, ¿no te parece? —Inquirí al ver cómo la camarera, que no recordaba su nombre, recogía su ropa. —Es mi habitación y yo soy quien ordeno.

El entrenador Collins se aclaró la garganta.

—No es por ella, es por ti —habló calmado, pero con cierto tinte de enojo —. Hoy no jugarás y partirás en el primer avión que vuele a Ottawa.

—¿Qué?

—Todos los castigos que te he impuesto hasta ahora no te han importado —Collins se pasó la mano por la nuca —. Así que nos hemos puesto más creativos. El no jugar un partido es el comienzo, pero créeme que cuando volvamos habrá más sanciones.

—Eso no...

—Ahórrate las excusas, Gideon—masculló Kim, con el apoyo de su esposo, —. Collins nos mandó venir para llevarte derecho a casa. ¡Y no quiero escuchar tu voz durante el camino!

Cuando brille el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora