02. Si las miradas mataran.

829 161 42
                                    

Odiosa, detestable y lunática. Así había descrito Jean a Victoria después de conocerse en los primeros diez minutos. Sentía como un cuerno le crecía justo en donde ella lo había golpeado con su abanico de mano—aunque en realidad exageraba—. La miraba completamente ofendido, siendo incapaz de pensar en otra cosa más que en idear un plan para regresarla por donde vino. "Ni loco esta mujer va a educarme" pensó, "la sacaré tanto de quicio que ella solita decidirá irse".

—¿Y cómo empezó su trabajo como institutriz, señorita Pembroke?— Preguntó la duquesa, sosteniendo su taza de té.

—Hace un par de años, una amiga me pidió de favor convencer a su hija de interesarse en las actividades que organiza la alta sociedad.— Comentó. —Odiaba los bailes y los códigos de vestimenta, tanto que siempre terminaba rompiendo sus vestidos con la excusa de que le picaban.— Jean rodó los ojos, pensando en lo aburrida que era su historia. —Pero con una buena técnica y los consejos apropiados, poco a poco fue interesándose en su entorno social y deberes, hasta convertirla en una dama.— Le dió un ligero sorbo a su té. —Gracias a eso mi amiga me recomendó con sus conocidas, y fue formándose una cadena hasta convertirme en lo que soy aho...—

—¿Qué piensa su esposo de que esté viviendo bajo el mismo techo que otro hombre durante un tiempo prolongando, señorita Pembroke?— La interrumpió Jean, ganándose una mirada de advertencia de su madre. —No va a decirme que es celoso, ¿verdad?—

—Esas cosas no se preguntan, hijo.— Susurró la duquesa.

—No estoy casada.— Contestó Victoria con seriedad.

—Madre, ¿no te parece extraño que una mujer soltera haya aceptado este tipo de trabajo?— Preguntó juzgón, aunque en ningún momento miró a la duquesa, sino a Victoria. —Quizás tenemos enfrente a una cazafortunas y no lo sabemos.—

—¡Jean Kirschtein!— Se exaltó su madre, mirando con pena a la trigueña sentada frente a ellos. —Lo siento mucho, no lo dijo en ser...—

—No me interesa en lo más mínimo su título, apellido, ni posición en la sociedad, duque Kirschtein.— Contestó la institutriz hacia el castaño, había una extraña competencia de miradas retadoras entre los dos. —Para eso trabajo, para mantenerme por mí misma.—

—¿Es por eso o porque no le quedó de otra ya que no logró conseguir marido?—

—Pretendientes jamás me han faltado.—

—Entonces no me explico el porqué no ha contraido nupcias aún.—

—Eso no es de su incumbencia.—

—¿Qué les parece más té?— Intervino la duquesa, acompañada de una risita tensa.

Victoria odió a Jean desde antes de conocerlo, y Jean odió a Victoria después de aquel golpe con su abanico. Los dos pensaban que no había manera humana posible y existente de que lograran coexistir en paz durante un periodo prolongado de tiempo, porque Victoria no toleraba a los hombres que se comportaban como niños, y porque Jean no toleraba a las mujeres que se comportaban como lunáticas. La tensión en el salón principal era demasiada, por unos instantes la duquesa pensó que fue mala idea haber traído a la institutriz a su propia casa, pero no podía retractarse de su decisión.

—Organizaré una cena especial hoy en agradecimiento por haber aceptado este trabajo, señorita Pembroke.— Volvió a hablar la duquesa, levantándose del elegante sofá. —¿Qué le parece un recorrido por el jardín? para que se vaya familiarizando con su estadía en mi hogar.—

—Sería un placer, duquesa.— Victoria se levantó también, abriendo su abanico de mano. —Espero que su jardín esté lleno de hermosas flores.—

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 21, 2024 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

institutriz para caballeros | jean kirschtein Donde viven las historias. Descúbrelo ahora