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Belgrado, Serbia.
—Quiero que convoques una junta en el salón. Estamos apenas a tiempo y necesito terminar con esto lo más pronto posible.
—Maxim...
Daniela lo detiene a medio camino mientras Maxim —exasperado—, coloca las manos en jarras a la espera.
—¿Qué? ¿Te quedó grande la tarea? Porque si es así, te puedes largar. Yo no tengo ningún problema.
—Claro que no, pero, ¿No crees que esto... Es demasiado? —Maxim levantó una ceja—, son solo bebés...
Se frotó la barbilla sacudiendo la cabeza.
—Tu trabajo no es cuestionar mis decisiones. Obedeces las órdenes y punto, sin peros, sin retrasos. Me hastía la gente lenta y las lenguas largas no me gustan, Daniela.
Maxim avanzó dos pasos escuchando como la madre de Dalila no dejaba de pedirle que la escuchara. La tenía demasiado cerca como para meterle un tiro, lo estaba hartando, no paraba de decir estupideces. Daniela siguió y siguió hasta que Maxim se cansó y desenvainó el arma de su cinturón. Se la colocó bajo la mandíbula a la esposa de Luciano. —En boca cerrada no entran moscas, ¿escuchaste? —asintió Daniela— Seré bueno y supondremos que no escuché nada de lo que acabas de decir. —la soltó de un empujón— Ya lárgate.
—Si señor.
Maxim señaló la puerta con la cabeza, lo cual Daniela entendió y atravesando el corredor; desapareció al entrar en otra sección de la gran propiedad.
Guardó nuevamente la pistola pasándose una mano por el cabello, sacando del interior de su saco el teléfono que enciende, marcando el número que al tercer pitido atiende.
—¿Ya están todos?
—Estamos listos.
—Dile a tus hombres que preparen el hangar y el armamento, te quiero en esa reunión en cinco minutos.
—Como digas.
Maxim colgó el teléfono volviendo a concentrarse en llegar al despacho.
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—Esto es un suicidio. —espetó Dalila con los brazos cruzados.
