Historia I: Cuando se acaba el amor

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No podía dejar de mirarla.

Cuando ella estaba cerca de mí, mi corazón daba brincos erráticos y era incapaz de pensar con claridad. Tiene el rostro delicado cual porcelana y sobre su nariz un cielo estrellado de lunares y pecas que solo si eras lo suficientemente detallado podrías admirar. Sus labios eran pronunciados y usualmente iba ligeramente curvados en una pequeña sonrisa hacia la izquierda. Sus ojos eran oscuros cual el chocolate amargo, pero a diferencia de este, sostenían bondad y cariño dentro de sí.

Cuando la conocí, llevaba el cabello corto cayendo en ondas hasta sus hombros; ya había pasado un año desde entonces y ahora reposaba cual olas en la orilla de la playa sobre su cintura. Dios, y su piel morena bronceada por Apolo tenía que ser un delito en esta tierra. Estaba cegado por su hermosura, porque en verdad me había cautivado su sonrisa y audaz mente, si, aun hasta el punto de caer rotundamente enamorado de ella. Me encantaba cuando me abrazaba por detrás de la cintura y me susurraba que era lo mejor que le había sucedido en la vida y yo quería decirle que ella había sido lo que le daba impulso a la mía. Cuando me tomaba de la camisa para posar sus labios sobre los míos y danzar al compás de nuestros corazones latiendo en un tierno beso que se repetía y se repetía y se repetía. Cuando me tomaba de la mano sentía un cosquilleo en todo mi cuerpo y dejaba que me llevase a lugares que jamás había conocido, pero, por ella, oh cuanto no hubiera dado.

No podía dejar de mirarla porque no comprendía el por qué no note cuando la comisura izquierda de sus labios ya no se elevaba si no que se ceñía en una mueca irritada; por qué sus audaces comentarios comenzaron a ser mordaces, por qué ahora su mano no encontraba la mía para llevarme a lugares desconocidos si no que ahora se estrellaba con furia sobre mi mejilla. O, por qué, oh amada mía, ahora solo sentía mi corazón latiendo con fuerza y el suyo parecía congelado por la indiferencia y la colera.

Porque allí estaba yo, sin parar de mirarla, pero mis ojos estaban cristalizados al punto de solo ver su borrosa silueta. No entendía qué decía pues, con sus venenosos gritos, mis oídos habían dejado de escucharla al primer minuto. Iba encorvado; avergonzado frente a aquella mujer que había sido la razón de todos mis deseos y ahora era la razón de todas mis decepciones. Sentí un ligero jalón en el brazo y un ardor en mi mejilla derecha; lo había hecho de nuevo, me había golpeado. Pero allí estaba yo, un hombre sin valor propio – como una mascota siendo reprendida por su dueño. Qué más podía yo hacer, si ella me había vuelto a la vida en mi momento mas oscuro. Ella era mi luz en tinieblas, sin embargo, ahora su luz me estaba cegando a tal punto de no reconocer la luz que siempre había llevado en mi interior.

Historias cortas de una mente desordenadaWhere stories live. Discover now