-Capítulo 17: "¿Escapar de los problemas? ¡Nunca!"-

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Cuando ambos individuos de género femenino estaban dentro, aunque bastante distraídas charlando entre ellas, los dos jóvenes echaron a correr para alcanzarlas.

En el momento que las hojas de la puerta estaban por cerrarse, Franco metió la mano en medio de ellas.

Como recompensa recibió una palmada en el hombro por parte de Felipe.

— ¡¿Pero qué demonios?! —habló Lar.

—Te dije que no te librarías de mi, muñeca.

—No me lo dijiste —la rubia se cruzó de brazos.

—Claro que sí.

Alma y Fran intercambiaron una mirada.

—Técnicamente no se lo dijiste —la chica de ojos verdes se removió incómoda, con una pequeña sonrisa asomando en sus labios.

—No literalmente al menos —contribuyó el otro chico que estaba a su lado.

—Tú estabas en mi equipo, Franco.

Este soltó una risa, la cual fue acompañada por los demás.

—Bueno. Pues te lo digo ahora —intentó salvar la situación Feli.

—Eres un idiota —le dijo Lara. Y, como de costumbre, comenzaron a pelear en uno de los rincones del ascensor.

—Fran —susurró Al —, presiona el botón de recepción por favor. Si es por esos tórtolos, nos quedamos estancados aquí.

Él obedeció de inmediato.

El ascensor comenzó a moverse, sin embargo, la pareja de la esquina ni se percató de éste hecho.

Aunque lo harían, pronto.

~

— ¿Han visto a Alma y Lara? —preguntó Ju.

Benjamín y Martin se miraron entre ellos.

—No, ¿por qué habríamos de verlas?

—No lo sé —tartamudeó esta.

—O tal vez sólo querías hablar con Martín —Benja alzó las cejas de forma insinuante.

Antes de que Julia respondiese, dos manos se posaron en sus hombros desde su espalda.

—No se metan con ella. No caería tan bajo.

El dueño de la gruesa voz con un cierto acento era un alto rubio con el cabello cayendo sobre su frente; llevaba un uniforme similar al que usaban el resto de los camareros del bar.

Se apartó un mechón de su cara y dejó al descubierto unos brillantes ojos mieles que, a la luz del sol, parecían dorados.

—Hola, Eze —sonrió la chica, para después voltearse y darle un beso en la mejilla.

Los jóvenes que estaban en las reposeras y que anteriormente habían recibido toda la atención, ahora eran eclipsados y groseramente ignorados por un teñido con lentes de contacto.

O eso pensaba Martín.

—Benja, Martín, él es Ezequiel, mi... —un grito la interrumpió.

— ¡Ayuda! Alguien ayude —era Paula, parada en medio de la recepción. A su lado, Guido le rodeaba la cintura con uno de sus brazos.

—Cálmate, no van a morirse ni nada —le susurraba, de forma "tranquilizadora".

El grupo de cuatro que estaba en el patio se acercó al oír los chillidos de su amiga.

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