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Ryann Mei Thorne ya no creía en el destino.
No había motivo para explicaciones mientras se mantenía sobre la colchoneta que había definido como su cama sumida entre posters de Paramore y bandas que ya no escuchaba hace demasiado. La verdad es que era sorprendente que aún le quedara algo de esperanza mientras cerraba los ojos.
—96307 —repitió una vez más en voz alta, no había nadie que pudiera escucharla mientras la oscuridad llenaba su campo de visión y volvía a repetir cada número en su cabeza; sostenía el arma que había hecho de manera improvisada en la mano derecha esperando pacientemente a lo inevitable: Un pedazo de metal poco afilado que había encontrado debajo de su cama y había cubierto con papel higiénico—. 81736.
—¿Estás segura que va a hacerlo? — apenas perceptible, la voz de Sam Riordan invadió sus oídos, la única persona que con la que había hablado todos esos meses—.¿Crees que lo logre?
El Dr. Lennox, suponía, estaba haciendo lo imposible. No es que hubiera puesto sus manos al fuego por alguien más que ella misma o su amigo, pero le gustaba creer que iba a lograrlo, que provocaría un apagón sin poner en riesgo su posición y les daría suficiente tiempo como para que ambos pudieran salir de aquel lugar, para finalmente desaparecer sin dejar rastro.
—No lo sé —repuso en un suspiro, cualquier pensamiento de calma no servía contra los nervios que se colaban entre los latidos de su corazón, y no queria traer más preocupaciones cuando conocia el frágil estado mental de Sam—. Confía en Parker.
Contaba los segundos en su cabeza. Un ridículo intento de parecer tranquila para las cámaras que la apuntaban en cada movimiento en vano: ¿Confía en Parker? Toda su vida pendía de un hilo que el Dr. Lennox controlaba con demasiado poder ¿Cómo no estar nerviosa? Esperando algo que no sabia, asumiendo que el sol seguía saliendo y que las horas seguían su paso natural a pesar de que no tuviera idea de qué día era exactamente.
Confiar es una palabra complicada.
Confiar la llevaba a lugares que nunca debió estar, pues si es que hubieran sido medianamente sinceros con ella no hubiera aceptado un trato de palabras endulzadas llenas de mentiras por conveniencia, no hubiera ansiado volverse un perro que solo servía para ladrar, ni hubiera confiado en su madre cuando le dijo que todo estaría bien a pesar de que se la llevaran luego.