Dónde hubo fuego...

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Hace meses me prometí a mí misma que no volvería a pensar en él, pero hoy mi subconsciente me volvió a recordar que, donde hubo fuego en mi corazón, quedan cenizas a punto de reavivarse.

Aquella mañana me dirigía al despacho de Toni, aquel que fue mi profesor de universidad, para comentar las correcciones que había hecho en el texto que me mandó. Me dirigía a paso decidido por aquellos pasillos de la que fue mi facultad durante tantos años. Llevaba un vestido primaveral, corto y de tirantes, a juego con mis botines negros y un bolso pequeño donde llevaba lo justo. El portátil lo llevaba en la funda que tanto había utilizado en mi época universitaria. A cada paso que daba hacía su despacho, el corazón se me iba acelerando aún más. Aquel temblor, que tan familiar me era, volvía a hacer acto de presencia en cada poro de mi piel, pero, al llegar a la puerta, respiré hondo y llamé. Toni me recibió con una gran sonrisa. La misma que ponía al verme cuando iba solo por los pasillos de la facultad. Yo no dejaba de temblar.

Tiempo después me levanté de la silla porque había terminado nuestra reunión. Él también se levantó con la intención de acompañarme a la puerta. Le tendí la mano para despedirme. Él no me la quería soltar. Sentí como se paraba el tiempo, y sus labios se juntaban con los míos.

Mientras nos besábamos, llegamos a la puerta para cerrarla con llave por dentro. Mientras besaba mi cuello, su mano se colaba por debajo de mi falda, y sus dedos acariciaban mi sexo por encima de mis braguitas. El tacto de sus dedos me estaba poniendo a cien por hora, y con un chasquido, su mano se coló dentro de estas provocando que soltase un gemido de placer cerca de su oido. Mientras sus dedos acariciaban mi clitorix, no pude evitar acariciar su miembro por encima de sus pantalones. La erección se estaba empezando a hacer evidente. Le desabroché el pantalón Metí la mano por dentro de sus calzoncillos, y empecé a acariciar su miembro con mis dedos. Le sentía temblar mientras me besaba el cuello.

Escuché un pequeño suspiro cerca de mi oído mientras mi mano se movía un poco más rápido. Me quitó las braguitas. En un abrir y cerrar de ojos estaba dentro de mí. Aquella sensación fue mágica. Nos movíamos al ritmo de la música de nuestra respiración. Nuestro momento. Algo que, en lo más profundo de nuestra alma, deseábamos los dos. Un instante que quedó en nuestro recuerdo para siempre. 

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