09. Trampa encima de otra

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Trampa

El hospital era muy pijo.

—¿Por qué rentaste un hospital entero? Te debió costar muchísimo dinero —dije. Olfateé las partículas flotantes de alcohol y desinfectante de uvas—. Dylan, si Christian es médico, ¿por qué no le pediste ayuda en su hospital?

Después de las reglas, me sacó de la casa a media noche; en silencio para que mis padres no se dieran cuenta.

—No hagas preguntas, Emily y quédate quieta en la camilla —ordenó, en busca de vacunas en el frigorífico, con el mohín odioso—. Tú pecho va a explotar si no impedimos la pulmonía.

—Vele... —Me ahogue dos segundos después de decirlo. Busqué mi inhalador e inhalé con los ojos cerrados llenando mis pulmones de oxígeno forzado—. ¿Es una fase? ¿Qué es y cómo funciona una fase? ¿Por qué tengo esto? ¿Es malo o bueno? Y, ¿por qué Annie no tiene esta fase? ¿Algo de La ponzoña me afecta o es tu sangre la que no es compatible conmigo? —pregunté con curiosidad, pero me ignoró—. Dylan, deja de ignorarme.

Pero lo hizo.

—Dylan, no me ignores —quise levantarme de la camilla, pero él me lo negó con la mirada asesina—. Respóndeme, pues.

—Por cambiar de un Dueño a otro, se crean las fases y hasta... —No terminó de decir. Reposó sus manos en una vitrina de cristal con frascos de vacunas para la pulmonía. Elevó un botecito y exclamó—: ¡Aquí está! Esto transparente calmará tu primera fase, pequeña.

¿Primera? ¿O sea que había más? Buscó una pistola, para vacunar, en un carrito.

—¿Qué? ¿Qué dices? —Me ahogue con la respiración entrecortada. Volví a respirar por el inhalador de plástico antes de preguntar—: ¡¿Hay más fases?! ¡¿Y cuáles son las otras?!

Me miró serio.

—No, ya no habrá más fases —afirmó.

Pero noté una pizca de que me ocultaba la verdad.

Me vacuno. Gemí, pero no me desmayé, la resistí. Tenía la constancia médica firmada por un doctor equis, de modo que, solo faltaba controlar mi fase pulmonar y para eso necesitábamos tiempo regenerativo.

—Bueno, a esperar —evocó con el tono cansino y se recostó en una camilla frente a la mía—. ¿Y te ha vuelto a molestar Andrés? ¿Ha ido a tu casa a buscar que te pasa?

—No, ¿por qué lo haría? —balbuceé en medio de sus miradas asesinas—. No me ha hecho nada, además, pasa ocupado en su vida, ahora ni siquiera visita a Leo. De hecho ya nadie nos visita, ¿por qué será? Pues por los malditos asesinos del Once.

Iba a discutir, pero le arrebaté la palabra con molestia.

—¿Quieres que te diga si ha ido a mi casa un simple chico del instituto? —Me fruncí y dejé de verlo para concentrarme en la sala blanca y solitaria—. Quieres estar seguro de que no haya sospechosos. Pero si yo te pregunto, dónde vives, no dices nada, te quedas en un silencio que duele.

—Porque tus preguntas no son necesarias para que nos mantengamos vivos. Todas son personales.

—O sea... —Quise vociferar que ambos estábamos muy unidos y que lo personal ya era muy importante, pero me lo tragué—. He echado vistazos hacia la casa de mi vecino y no estás allí, ni tu coche. Le pregunto al señor José si vive con familia o si le visita alguien y me responde que no tiene familia cerca desde hace años. —Me encogí de hombros—. No entiendo nada, me siento en desconfianza, y para estar juntos necesito confianza.

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora