08. Reglas y la pirmera fase

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Fase

Reposamos en el patio del instituto. Y estaba jodida, respiraba rápido, cada inhalación me dolía como agujas incrustadas en los pulmones, parecía asma.

—Quiero saber qué es lo que te pasa, Emily —aclaró Videl con la seriedad más tierna en la naturaleza.

Pues, era el síntoma de La Ponzoña.

—Es un indicio de asma por las pastillas que le receta su tía, ¿que no lo sabías? —mintió. Reposo la barbilla en su puño observando a la pelirroja con el mohín de bobería—. No, porque siempre estás con ese morbo de Andrés, o con ese cúmulo de déficits cerebrales para darte cuenta de lo que nos pasa a ambas. Un poco de preocuparte por la vida ajena, sin ser una hipócrita, te haría falta.

—Ahg. Si es una indirecta porque he pasado más tiempo con los déficits cerebrales como dices, no es por mí, es porque ustedes han estado ocupadas y alejadas. Se fueron del festejo antes de que por lo menos nos tomáramos fotos con los disfraces.

—¿Y cómo íbamos a tomarnos las fotos si te estabas acostando con Andrés? —murmuró Annie con los ojos acusatorios para que dejara el tema—. Nos ignoraste, sabiendo que Emily tenía que regresar antes y de que yo estaba allí con ese grotesco disfraz. Si nos dejas sola es obvio que nos iremos.

—¡ijjj! No estaba follando con Andrés, lo hice después de que no las encontré —aceptó enrojecida. Siempre nos decíamos toda la verdad, era nuestra regla de amistad desde los cinco años. La lealtad de contarnos todo, cosa que Annie y yo estábamos traicionando—. ¡Ahg! Ustedes están muy raras desde que fuimos a la feria del terror. —Ambas la mirábamos con sugestión nerviosa—. Antes de ir allá estaban emocionadas de pasarla súper este mes de octubre o de las vacaciones otoñales, las fiestas..., pero no, ¡ahora tratan de alejarme! Ni siquiera puedo ir a tu casa, Emily, porque si te lo pido, dices que estás ocupada con tu mamá. —Se cruzó de brazo razonando cada detalle—. ¿Qué les pasa a las dos? Ya díganme.

Yo la miré preocupada.

Pero Annie se echó a reír sin tapujos.

—¡Ay Videl! Tú solamente quieres ir a la casa de Emily para verle los pectorales bien trabajados a Leo, creo que, si no existiera, ni exigirías ir.

—¡Claro que no! Bueno, me gusta Leo, ¿y qué? Eso no tiene nada que ver con Emily. Yo he estado allí siempre con ella, iba todos los fines de semana al orfanato contigo para visitarla —La pelirroja se ofendió con las mejillas pecosas y roja de ira.

—Si yo te quiero mucho. —Me lamí los labios con el corazón volcado.

—Querrás decir que ibas todos los sábados para visitar a Leo y de paso a la niña sensata que no se daba cuenta —vociferó Annie al mismo tiempo que yo—. Pero yo si lo hacía.

—Tú siempre de... ahg, yo los quiero a los dos —refunfuñó para luego suspirar y soltar de imprevisto—: ¿Era tan feo ese chico que besaste en la feria, Emily? —Me zarandeó con la mirada calentando mis cachetes—. Si estás tan molesta conmigo porque te forcé hacer ese estupendo reto, me lo hubieras dicho, mi intención nunca fue avergonzarte.

—¿Y qué querías entonces, Videl? —Annie elevó la voz en medio del gentío de chicos del instituto.

La peliblanca quería decir algo más, pero cerró la boca cuando le liquidé con una mirada asesina.

—¡Quería que Emily conociera a alguien! —reconoció con tristeza—. Porque siempre está sola, le da miedo mostrar su cuerpo, le da miedo acercarse a los chicos.

Me dolía mentirle. Era mi amiga y yo la necesitaba. Se preocupaba, siempre lo hacía en el Orfanato. Quería decirle todo, pero si lo hacía, era para meterla a una tumba de asesinos que matarían para tenerla a su poder por lo atractiva que era. Entonces inconsciente, desesperada, me levanté para decirle:

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora