Parte 12

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A los ojos de todos, Alicent se veía satisfecha y feliz en ese banquete previo al matrimonio, bailando durante horas con su prometido y susurrando entre sí. Muchos eso pensaban, la casa Hightower sentía le debían al príncipe que hubiera salvado a la omega del burdel, muy por el contrario de su relación casi rota con el rey y la heredera desde que se enteraron se tomó la decisión de qué harían con Alicent sin la intervención de ellos. La cabeza de la casa era cercano a sus sobrinos y los quería, naturalmente eso no lo tomó bien.

Sin embargo, sólo tres personas podían ver Alicent sólo estaba actuando según la ocasión, quizá cuatro.

La omega usaba un collar regalado por el príncipe Daemon, uno que en el pasado perteneció a su madre, y antes de ella a la mismísima segunda esposa de Aegon el Conquistador, Rhaenys. Una muestra de lealtad.

Alicent le tenía gratitud, e inevitablemente algo de aprecio por cómo él trataba a Aegon como si fuera suyo. La lealtad se pagaba con lealtad, Daemon cumplió su palabra y la estaba haciendo su esposa formal, aunque la haya hecho asesinar entendía sus motivos...

Pero ella se encontraba con los ojos de Rhaenyra, chocando por accidente, y tenían en mente hace ya prácticamente un año la noche en que ocurriría la tragedia de la noche de copas que la dejaría mancillada, antes de ser vendida a un burdel. Unas horas antes, se arregló mejor que nunca, llena de ilusión y riendo de euforia. Habían tenido un encuentro a solas y la princesa le regaló un dulce beso en los labios. Alicent al oír el rumor Rhaenyra pronto tendría un compromiso, se preparó lo mejor posible creyendo la declararía su omega y anunciaría se casaría con ella. Eso hace un año. El tiempo corría tan rápido.

Gwayne no pudo estar en esa ceremonia por patrullar la ciudad, pero sí recordaba haber visto a su hermana menor dar vueltas descalza por su habitación, cantando con la ilusión se casaría con la alfa que deseaba. Una oportunidad rara, pero real y prácticamente materializada para ella.

Volviendo al pasado, al escuchar en la fiesta que el Omega que fué elegido para Rhaenyra se trataba de Laenor, Alicent se sintió traicionada y su corazón dolió. Se había quedado de piedra mientras los demás aplaudían el anuncio del rey, Rhaenyra y Laenor sólo se tomaban de la mano seriamente en el medio del salón como si estuvieran en un funeral.

Alicent estuvo tan angustiada que bebió más de la cuenta, averiguando el alcohol podía hacerle olvidar el dolor en su pecho, y así también aguantar el llanto que amenazaba con salir. Era una dama, estaba acostumbrada ser modesta y discreta, no podía montar un espectáculo rompiendo a llorar o correr afuera. Gwayne no pudo asistir demasiado ocupado haciendo guardia, Otto estaba ocupado en su trabajo, y Alicent a sus catorce imprudentes años perdió la razón entre tanto vino que bebía con una avidez suicida.

Pensaba en su madre, se imaginaba en sus brazos, pero la perdió a sus once años. Ya para entonces Alicent se encontraba admirando a Rhaenyra, y le había dicho a su mamá que se casaría con la hermosa alfa que vió ese día en la fortaleza roja.

Rhaenyra también estaba angustiada y sofocada, ella también esperaba poder unirse con Alicent, pero para su posición era mejor un omega de la segunda casa más poderosa. Y para peor oyó Laenor se encontraba deshonrado, se decía por un noble de una casa menor, y ella sentía no podía dejarlo solo. También se ahogó en copas, y cuando por accidente chocó con la omega que había deseado por años, envuelta en un hermoso vestido, no pudo medirse y la llevó a su habitación. Su mente con la razón nublada pensó una vez le contara a su padre que había tomado la virtud de Alicent, las dejarían comprometerse.

Una cosa llevó a la otra y ese vestido se manchó con la sangre de la doncellez de Alicent, quién al despertar descubrió ese momento de debilidad entre tanta tristeza y decepción fué su condena.

Los Dragones LloranWhere stories live. Discover now