Dicen que en las fiestas de trabajo se conocen aspectos de tus compañeros que jamás pensabas o que no imaginabas. Aquella noche de verano David, el mayor accionista de la empresa donde trabajo como responsable de las redes sociales, organizaba una fiesta en su casa para celebrar aquel verano de 2018. Por lo que me decían mis compañeros, las fiestas del jefe tenían fama de ser las más alocadas de todo Cádiz y hoy iba a verlo con mis propios ojos. Una mezcla de nerviosismo y excitación recorría cada poro de mi piel, pues no tenía ni idea de lo que me depararía aquella noche.
Sara y yo llegamos a la casa alrededor de las siete y media de la tarde, y, como aún no se había llenado la calle de coches, pudimos aparcar cerca de la entrada. Conforme íbamos caminando por el largo paseo que nos acercaba a la casa, empezaban a llegar los primeros coches de lujo. Estupefactas, veíamos como hermosas mujeres se bajaban de aquellos vehículos. Aquello parecía un desfile de modelos donde cada cual deslumbraba llevando vestidos escotados que yo nunca podría comprarme gracias a mi minúsculo sueldo. Me sentía pequeña a su lado.
-Creo que no tendríamos que haber venido.
-¿Y perdernos una de las fiestas más famosas de toda Andalucía?
-¿Tú has visto como visten estás mujeres? -le respondí-. ¿Quién se va a fijar en nosotras teniéndolas a ellas en la fiesta?
-¡Tonterías! -me respondió-. Ya quisieran esas maniquís tener el tipazo que tú tienes.
A veces me encantaría verme con los ojos que me ve mi amiga Sara, pero no era así. Desde que iba al instituto me ha acomplejado mi físico y el hecho de no tener el abdomen tan plano como lo tenían mis amigas. Esto, añadido al poco pecho que tenía, era la causa por la que nunca podía "competir" con ellas un viernes por la noche. Recuerdo que, mientras se liaban con el tercer chico de la noche, yo ni siquiera había tonteado con alguno.
Nada más llegar al jardín, Sara y yo cogimos una copa de champán francés que uno de los camareros nos ofreció en la entrada. Lo primero que hicimos fue dar una vuelta para juntarnos con nuestros compañeros del departamento. Y allí, entre tanta gente, apareció él; aquel hombre que hace que mi mundo se tambalee con tan solo mirarme, y provoca que miles de mariposas aparezcan en mi estómago por arte de magia. Aquel hombre con quien desearía tener el mejor polvo de mi vida, pero con quien no me atrevo a cruzar una sola palabra por mi falta de inseguridad.
-Lisa -me llamaba Sara- ¿estás bien?
-Sí -le contesté- estaba pensando en otras cosas.
-Ya -me respondió sin creérselo.
Por supuesto, Sara sabía de mis sentimientos hacía él. Sentimientos que intentaba por todos los medios que no se me notarán porque, en realidad, nuestro amor era prácticamente imposible.
-Algún día tendrás que hablar con él.
-¿Qué dices? -le pregunté- ¿Has visto con que mujeres va? Si no tengo ninguna posibilidad de tener una cita, mucho menos de tirármelo en el cuarto de la limpieza.
-Eso son tonterías -me respondió-. Tienes que superar ese complejo de inferioridad que tienes y lanzarte a por él. ¿Has visto cómo te mira?
-¡Venga ya!
-Es verdad -me dijo bastante convencida-. ¿No me digas que no te has dado cuenta de cómo te mira cuando pasas por su lado? Porque yo sí, ¿eh? Tía, SE-TE-COME-CON-LA-MIRADA. O te lanzas ya, o te lanzas ya.
No quería creer lo que me estaba diciendo Sara, aunque, en el fondo, estaba deseando que aquel hombre me comiera entera y no solo con la mirada.
El resto de la fiesta transcurrió entre miradas, sonrisas y coqueteos por parte de los dos. No podía dejar de mirarle, ni, tampoco, dejar de fantasear con esos labios o la manera en cómo los mordía, sensualmente. Contra más me fijaba en él, más acaloraba estaba y más notaba como me latía el corazón a marchas forzadas.
Intenté concentrarme en la copa que tenía en la mano y en el chiste que estaba contando uno de mis compañeros cuando una mano me toco el hombro.
-Hola.
-Hola -le respondí mientras notaba como todo mi cuerpo empezaba a temblar.
-Me estaba preguntando... ¿te gustaría venir a dar un paseo por la playa? Hace tiempo que quería decirte una cosa, pero no encontraba el momento para hacerlo.
-Claro -le contesté nerviosa-. La verdad es que me vendría bien salir de aquí un rato. No me gustan las fiestas multitudinarias, y me estoy empezando a agobiar con tanta gente.
-Ya somos dos.
Cuando empezamos a marcharnos de allí sus manos rozaron accidentalmente a las mías. El vello de mi brazo se me puso de punta como si de una descarga eléctrica se tratará. Noté que a él le pasaba lo mismo y que sus mejillas se sonrojaban con tan solo tocar mi piel.
Al llegar a la orilla del mar, tan solo la luz de la luna llena nos iluminaba con su brillo. Era tan brillante, y tan preciosa que me quedé embobada mirándola. Noté su abrazo en aquel instante. Sentir su respiración cerca de mi oído provocaba que mi cuerpo temblara sin control mientras yo intentaba no desmayarme. Por un instante deseé que se parase el tiempo y vivir eternamente entre sus brazos.
-Pide un deseo -me susurró.
-Hacer el amor a la luz de la luna llena.
Cerré mis ojos para sentir en mi alma todo lo que estaba viviendo en aquel instante. Enseguida noté que empezaba a besar mi cuello dulcemente. Sus manos acariciaban mis brazos provocando que me estremeciera con tan solo el roce de sus dedos. No pude más así que, me giré, me puse de puntillas para llegar bien y lo besé en los labios. Aquel beso, que empezó inocentemente, se volvió más pasional. Se me estaba empezando a acelerar el corazón por momentos, y, sin dejar de besarle, empecé a acariciarle por encima de los pantalones.
En cuestión de segundos acabamos tumbados sin dejar de besarnos. Sabía que me estaba llenando el pelo de arena, pero, en aquel momento, me daba igual. Llevaba meses suspirando por Mario, y no iba a desaprovechar esa ocasión. Quería perderme en el azul de sus ojos. Desnudarle poco a poco, mientras besaba su cuello. Acariciar su cuerpo desnudo mientras él jugaba con su lengua en mis pechos. Jugar con su miembro, primero con mis dedos y luego con mi lengua mientras, de reojo, observo como él deseaba aquello casi tanto como yo. No dejábamos de besarnos, mientras sus dedos acariciaban mi clítoris haciendo que me olvidará de todo, y de donde estábamos; en la orilla del mar, completamente solos y follando a la luz de la luna.
Entre sus brazos, me sentía como la protagonista de Pretty Woman cuando en la suite del hotel se convirtió en una princesa de cuento de hadas.
El placer que empezaba a sentir en aquel instante era máximo. Sin poder aguantar me senté encima de él y, con cuidado, introduje su miembro dentro de mí mientras empezaba a mover mis caderas, lentamente, y sin dejar de mirarle a los ojos. Aumenté el ritmo, a la vez que nuestra respiración se hacía más rápida mientras notaba como el mar bañaba nuestros cuerpos semi casi desnudos. ¿Qué pensaría Sara si me viese ahora mismo? Seguro que pondría una sonrisa picarona, y me diría «te lo dije» cuando estuviéramos a solas. La verdad es que, ahora mismo, poco me importaba lo que pensará mi amiga o que alguien nos pillarán infraganti. Quería disfrutar del momento porque no sabía si volvería a vivirlo otra vez. En aquel instante nos miramos a los ojos, y, sin saber cómo, supimos que este momento estaba siendo especial para los dos. Solo éramos él y yo comiéndonos a besos en la orilla de la playa, y al ritmo de las olas del mar.
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Al ritmo de las olas
Romance*Relato erótico*. ¿Quién le iba a decir a Lisa que, en aquella fiesta que organizó su jefe una noche random de la vida, iba a vivir aquello por lo que llevaba soñando desde que entró a trabajar en la empresa? Este es uno de los relatos eróticos que...