05. El libro y la ciudad perdida

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Te observé

—Te pregunto algo tan sencillo. —La voz de papá se escuchó al otro lado de mi cuarto—. ¿Qué fue lo que ocurrió con Emily?

—Ella ya te lo explicó, no sé qué más quieres que te diga —Leo tenía un tono de voz cansino. Al poco tiempo se escuchó el rugido de su cama. Supe que se había tirado de manera odiosa puesto que aborrecía que rondaran en su santa habitación—. ¿Pueden dejarme dormir un poco? Tengo que ir a la universidad por la mañana —absorbió una bocanada de aire—: Está bien, estaba bien, no estaba en la casa el sábado por la noche, ya. Ya lo dije, ¿estás feliz? —Espiro para luego añadir—: Pero no estaba de fiesta con Andrés, como se cree —objeto—: Estaba en la biblioteca de la universidad 24/7. ¿Pueden dejarme en paz ahora?

«¿No creyeron la mentira?», me azoro con el corazón volcado.

—A secas fueron unas horas. —La voz de Leo estaba harta de que mis papás estuvieran adentro su habitación—. Es una chica grande.

—Si —sondeó papá, como si «ese» no fuera el tema importante—. Pero no estabas.

—Tiene dieciocho años —concretó cansino.

—Podría ser tu madre —alegó de inmediato ante la posibilidad—: ¿Y si ella hubiera sido atacada...? —Se detuvo y se que lo hizo por la delicadeza de mi madre—. Y que Dios nunca lo permita. ¿Si hubiera sido atacada por un animal salvaje en el bosque? —concluyó—: Como hombre debes quedarte y apoyarlas cuando yo no esté en la casa.

—Tengo una vida —contraataco Leo, con tono violento—. No pueden quitármela para que me quede aquí siempre. Ahí está ese vecino para ese tipo de problema.

—Sabes que trabajo mucho en esa central eléctrica, Leo. Si he pedido ayuda a nuestro vecino es porque no he encontrado otra solución, pero me da vergüenza. No te aproveches de ese pobre hombre solitario. Él también tiene sus cosas. Cuidar de su propiedad por sí solo ya es suficiente.

—¿Qué más quieres decirme? —La pregunta de Leo fue firme—. ¿Ya no me vas a apoyar para estudiar porque yo no estaba en ese momento? ¿Mmm? ¿Me vas a echar de casa porque estaba como un esclavo en una biblioteca universitaria? Dímelo ahora, así puedo irme entonces.

—¡Leo! Te prohíbo que nos hables así. —Mamá se asustó por su contraataque—. ¡Tú eres nuestro hijo! ¡Dios santo! ¡Aunque te cueste aceptarlo! ¡Nunca le haríamos eso a nuestro hijo!

—Ya. Está bien. ¿Y dónde quieren ir entonces?

—Al punto de que no se trata de edades, de sí Emily es una niña o una adulta, tu madre o cualquier alma. —La voz de papá sonó muy afable. No fue reproche, fue "educación familiar"—. Se trata de ayudar en la casa. Sólo pido vuestra colaboración en ese sentido.

—Bueno, si lo dices así lo entiendo —concluyó con cansancio. Se podía escuchar a mi madre aplaudiendo de alegría ante su nueva respuesta—: No volveré a salir si no están en casa. Si tengo tiempo lo haré.

—Excelente hijo —Mi mamá le felicitó.

—¿Ves cómo Emily miente por ti? Se preocupa más por ti que por su propio esguince de tobillo —argumentó papá, provocando un silencio entre el trío—. Ella está pasando por períodos difíciles, no eres sólo tú. Tía Laura indicó... —bajó la voz para quedar en un susurro—: Indicó que... —Pegué la oreja a la pared. Tenía que escuchar por lo que al moverme deje caer un lápiz—. Sólo te digo que deberías apoyarla. —Creo que papá supo que estaba despierta—. La quieres, ¿cierto? Porque ella confía más en ti que en cualquiera de nosotros. Viviste con ella en el orfanato, la cuidaste, la apoyaste. No la abandones cuando más te necesita.

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