Parte 1

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—... Y como lady Alicent permitió la mancillaran, será vendida a un burdel.

La princesa Rhaenyra se quedó escuchando impotente, en su mente pensando no debió haber bebido tanto esa noche. Y tampoco dejar en la mañana que la omega se fuera así de la habitación.

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Dos meses después que Alicent fuera vendida a un burdel trás descubrirse fué mancillada, no volvió a ver a Rhaenyra ni su padre. Nadie que se precie pasaría por ese lugar, aparte de su hermano Gwayne que llegaba con sus compañeros de la guardia de la ciudad, a dejarle algo de dinero y procurar su nueva vida fuera más o menos llevadera. Tanto como podrá serlo servir a alfas desde el amanecer al anochecer, aunque con la ayuda económica pudo cambiar sus sábanas y adornar su habitación mejor que el de los otros omegas.

Aún así, todos los días despertaba recordando esa noche mágica en que Rhaenyra la hizo suya, y contra todo pronóstico su primera vez fué placentera e inolvidable. En ese momento los tragos que tenían encima no las dejaron pensar bien, y cuando despertaron ya era demasiado tarde. Alicent sólo pudo correr fuera de la habitación, dándose cuenta ensució su cuerpo y deshonró a su casa entera.

Y como si no fuera suficiente, su calor nunca llegó, y llevaba ya dos meses sin tenerlo.

Rogó a los siete si aún había alguna salvación en ella que no le dieran un hijo en esas circunstancias, no podía ser que fuera a criar niños cerca de esos alfas asquerosos y horribles.

Y entonces su vientre comenzó a hincharse, siendo bastante obvio hasta para Gwayne.

—Oh no...– Vió angustiado cómo la cintura de su hermana ya no era tan delgada, y escuchó el relato donde su hermana afirmaba tenía tres meses de retraso. Coincidiendo con el tiempo de aquella noche que pasó con su amada.

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Un bebé fué dado a luz en un día nublado sobre el burdel, y su cabello plateado causó miedo en la omega. Pero no sorpresa. Tiñó el cabello de su hijo con un tinte que su hermano le consiguió meses antes, y recogió algo del dinero que tenía reunido para pedirle a otro omega del burdel que le trajera sábanas nuevas y medicinas.

Agradecía enormemente la ayuda de Gwayne, aunque estuviera aterrada con la perspectiva del parto  solitario en un lugar de poca monta, y hubiera perdido mucha sangre, de todos moso abrazó contra su pecho al bebé que lloraba estridente. Y aún así, su corazón se enterneció. Su hijo estaba vivo, respiraba, y no tenía ninguna deformidad. Más importante: tenía el cabello de su amada Rhaenyra, no era hijo de los horribles alfas que la compraban por unas horas hasta que se desmayaba entre lágrimas.

Lavaron a su hijo, y se lo trajeron de vuelta.

—Es hermoso, ¿Es del primero que la deshonró?– Inquirió el omega luego de ver los anormales rasgos tiernos en el bebé, y comprobar no tuviera nada de malo. Alicent no había querido tener a nadie dentro mientras daba a luz, y sólo después de un día permitió pasaran. Tenía que ser de un noble sano y poderoso.

—Sí...– Lo recibió, y con pesar desnudó su pecho para darle de comer a su hijo. Normalmente los omegas nobles usaban nodrizas, ella jamás imaginó tener que amamantar a sus propios hijos como las personas comunes. Pero luego de tenerlo un rato alimentándose, sonriéndole de vez en cuando, se preguntó por qué ningún omega de alta cuna quería conocer esa maravilla.

—Eres muy joven, jovencita, y pudiste mantener tu figura. Pero en cuanto empieces a pasar los viente años, no te sorprendas pierdas popularidad. Será mejor complazcas mejor a los clientes si quiere ahorrar lo suficiente para criar a tu hijo– Explicó sereno antes de dejarla sola, y gritó al otro lado– ¡No olvides si luego de un mes nadie solicita tus servicios, el dueño no dudará en echarte, esfuérzate en recuperarte!

Alicent apretó los labios, y miró a su bebé, con la leve mata de cabello plateado teñido en un castaño rojizo más parecido al suyo. El teñido también costaba, y necesitaría para toda la vida si quería mantenerlo oculto.

Afortunadamente no era la única que tenía un alumbramiento en aquel lugar, y muchos terminaron perdiendo a sus hijos por la mano de los alfas que les embarazaron, la falta de atención necesaria, o simplemente el dueño vendió la carne fresca a quien le diera buena suma de dinero. Alicent tenía quince años, pero tuvo la ayuda de muchos allí en recuperarse cuanto antes, y dos semanas después, el resto siempre mencionaban sobre la hermosa omega en busca de traerle trabajo. Ella esperaba nerviosa en sus habitaciones, todavía no se atrevía salir sin que la hubieran llamado. Necesitaba volver a cerrar los ojos y seguir los consejos que le dieron para fingir lo disfrutaba o saber qué quería un alfa para complacerlo.

—Uhm, sí, aquí está. Es algo tímida, pero no niego posee una belleza de otro mundo. Ha sido encamada por pocos alfas– De pronto abrió la puerta el dueño sonriente, mostrando a una figura familiar para Alicent la “mercancía”.

—¿La Hightower?– Daemon frunció el ceño, mirando de arriba a abajo a la joven.

Alicent bajó la mirada, conteniendo la respiración.

—Oh, ¿Ya la conoce? Perfecto, no es el único que aprovecha esta oportunidad para cumplir su fantasía. No olvide dejarle el dinero, son dos dragones de oro la hora– El dueño miró severamente a la omega, exigiéndole sin palabras que cumpliera su trabajo, y los dejó solos en la habitación.

Los hombros de Alicent se tensaron una vez la puerta se cerró, acostumbrada los alfas la lanzaran sobre la cama y rasgaran su ropa, penetrandola sin darle tiempo respirar. Si bien los últimos meses aprendió un poco cómo dominar la situación, ahora volvía a sentirse igual que la primera vez fué arrastrada en un saco hasta ese lugar, para ver cómo el dueño recibía una suma de dinero y sin decirle, la encerró con los alfas que babeaban lascivos frente a ella mientras se pegaba a la pared abrazando sus piernas.

Sacudió la cabeza retirando ese recuerdo, y dió un paso hacía el príncipe, el cual seguía parado sin mostrar indicios fuera a hacer otra cosa que mirarla fijamente. Suponía la mala impresión que tenían del otro hizo Daemon perdiera el interés de probar la última adquisición en el burdel, entonces tenía que esforzarse o el dueño la echaría pronto con su hijo.

Despejó su mente, y desató el nudo de la única pieza de ropa que la cubría, la bajó lentamente por sus brazos revelando las clavículas y el inicio de sus pechos, levantando la falda de su camisón sobre sus piernas pálidas. Antes intentó usar la ropa que sus otros compañeros, reveladora y sugerente, pero los alfas parecían más encantados con su ropa diaria. Sin duda podían sentir follaban a una joven que aún no cumplía los dieciséis de alta cuna y la corrompían metiéndose entre sus piernas, entonces se convirtió en la única que usaba camisones de encaje al esperar un cliente.

Los Dragones LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora