28.- La condena de una promesa

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Aria

—¿Estás cómoda? ¿Necesitas algo más, cariño? —la voz dulce de Ceci me hace mirarla.

—No, estoy bien, gracias.

—Los empleados terminaran de traer tus cosas, recuerda que si necesitas algo, solo tienes que decírmelo y lo resolveré.

—Gracias —agradezco de nuevo —me gustaría estar sola por ahora, supongo que pueden continuar pasando las cosas después.

Ella asiente con comprensión, se marcha después de decir que me avisará cuando la cena esté lista, y solo cuando me quedo sola, permito sentirme de nuevo vulnerable.

Han pasado dos días desde que volví a Washington, desde que Kyle me siguió hasta Ámsterdam y arruinó cualquier posibilidad de escape.

Dos días desde que dijo que cuidaría de mí y de nuestro hijo.

Nuestro hijo.

Realmente esperé cualquier otra reacción, excepto la que tuvo. Nunca pude considerar que Kyle quisiera un hijo, con todo lo que había pasado entre nosotros, con todas sus advertencias, nunca consideré que sus sentimientos y deseos sobre eso hubiesen cambiado.

Pero tal vez lo hicieron.

Observo la habitación en la que me encuentro, es acogedora, el gran ventanal que se encuentra en dirección al balcón proporciona la iluminación necesaria, mostrándome los últimos rayos de sol que se cuelan por los cristales.

Miro la ropa, y las decoraciones que aún no han sido colocadas en su lugar.

Cuando le dije a Kyle que no planeaba seguir compartiendo cama con él, no esperé que me ofreciera cualquier otra habitación de la casa, ni que no pusiera objeción alguna cuando seleccione una y le dije que me quedaría ahí a partir de esa noche.

Me dejo caer contra el borde del colchón, me he sentido más cansada en los últimos dos días que en toda mi vida, le he enviado un mensaje a Lauren para asegurarle que me encuentro bien y recibí de nuevo sus disculpas por haber llevado a Kyle hasta el departamento.

No la culpo en realidad, jamás me hubiese perdonado que Kyle dañara a mi amiga o a su familia de cualquier forma, ella no debería estar en medio de esto, pero parece que aún cuando le he repetido que no necesito sus disculpas, ella no deja de dármelas.

La soledad me abruma de nuevo, lo que es irónico considerando que estoy en una casa llena de empleados, pero me siento más sola ahora que en las horas que tuve en Ámsterdam.

Un par de toques en la puerta me sacan de mis pensamientos, me incorporo pasando las palmas por la tela de mi pantalón justo cuando la puerta se abre.

—¿Puedo pasar? —Kyle aparece, no ingresa a la habitación, se mantiene en el umbral mirándome con una expresión casi neutra, si no fuese por el par de ojos que desbordan de una emoción que desconozco.

—¿Desde cuando me preguntas si puedes pasar?

—Desde que te has mudado a otra habitación —dice encogiéndose de hombros —Ceci me ha dicho que no necesitas nada, ¿estás segura...?

—Si —lo interrumpo antes de que pueda seguir hablando —y le dije también que quiero estar sola.

—Aria...

—¿Qué? —mi tono sale más brusco de lo que pretendo pero no me arrepiento, porque comienzo a sentirme sofocada, comienzo a desear mandar a la mierda a todos, y mi esposo es el primero en la lista.

Lazos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora