Prólogo

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Este es mi aporte a la Semana Cherik 2023 del grupo Team Cherik.

En el relato los mutantes existen y tienen poderes. El contexto se sitúa a mitad del siglo XIX, en plena época victoriana.

Prólogo

– ¡Más rápido! ordenó desesperado Erik Lehnsherr, el joven vizconde de Genosha, sacando medio cuerpo de la ventanilla de su carruaje para que el conductor lo oyera. Este sacudió las riendas y los cuatro corceles aceleraron aún más la marcha por el camino estrecho de tierra. Recién despuntaba el alba en el horizonte y la velocidad que llevaban los caballos en medio de la oscuridad hacía la travesía peligrosa.

Erik volvió a acomodarse dentro del coche y mantuvo la vista fija en el asiento enfrentado para no voltear hacia las sombras oscuras de las siluetas de los árboles. Estaba ansioso en extremo porque el día anterior, mientras se encontraba en Lancaster atendiendo asuntos nobiliarios, había recibido una nota urgente de su suegro, el Duque Brian Xavier, donde le informaba que su hijo había entrado en trabajo de parto. Lehnsherr había abandonado de manera abrupta la reunión que estaba presidiendo para subir a su carruaje y regresar a todo galope hacia la vasta Genosha, que quedaba en el norte de Inglaterra, cerca del límite con Escocia. De ese país provenía su adorado cónyuge, Charles, único hijo de los duques de Westchester, Lord Brian, y la ya fallecida Lady Sharon Xavier. Antes de partir hacia Lancaster, Erik lo había despedido con un beso apasionado, convencido de que aun restaban tres semanas para el parto de su primogénito y que Charles se encontraba rozagante y saludable para hacerle frente. Pero la nota escueta de su suegro comunicándole la noticia y el hecho de que la caligrafía se viera temblorosa demostrando su ansiedad, lo tenían preocupado. Erik hubiera entregado todas sus tierras por conseguir que el carruaje acelerara todavía más la marcha. Anhelaba que pudiera elevarse por los aires y volar hasta su amado Charles, pero eso era imposible.

En un recodo donde las ramas oscurecían aún más el sendero pedregoso, cinco jinetes montados les cerraron el camino. Estaban vestidos con caperuzas negras, largas hasta los talones, y tenían los rostros escondidos detrás de capuchas.

Con un reflejo rápido, el cochero jaló las riendas y los caballos excitados por la velocidad, se detuvieron entre relinchos.

Furioso, Erik bajó con presura. Estaba dispuesto a arrojar al grupo de interruptores extraños hacia los pastizales con su sola mirada. Mas no captó metal en el ambiente, solo los ejes de las ruedas de su propio carruaje.

Uno de los desconocidos alzó el brazo y los otros jinetes desmontaron. Bajó él también del corcel y se acercó al vizconde. Bajo la luz débil del firmamento que comenzaba a aclararse, se quitó la capucha. Erik reconoció su rostro: el del coronel William Stryker, comandante en jefe de la Patrulla Anti Mutantes. Esta entidad era el brazo ejecutor de una secta secreta, El Club Fuego Infernal, que se manejaba de forma clandestina, y cuyo fin radicaba en desenmascarar y apresar mutantes. Aquellos secuestrados desparecían de la faz de la Tierra y nadie podía jamás descubrir su paradero. Existían rumores sobre muertes atroces y torturas aun peores a las que eran sometidos los prisioneros. El matrimonio de los vizcondes se mantenía cauteloso con la secta. Charles era quien más la temía mientras que Erik pensaba que por su posición nobiliaria no se atreverían a investigarlos siquiera. Sin embargo, ahora tenía enfrente al coronel junto a cuatro soldados que no portaban metales.

El militar desplegó un folio enrollado y se lo plantó junto al rostro:

–Lord Erik Magnus Lehnsherr, Vizconde de Genosha, en nombre de Su Majestad, Nuestra Soberana Victoria, se os detiene acusado de albergar mutantes clandestinamente en vuestra propiedad y brindarles salvoconductos hacia el continente, violando leyes y malgastando recursos de la Corona bajo el alias de Magneto.

El vizconde se mantuvo quieto, ni siquiera parpadeó. Que nombrara a la reina era prueba suficiente de la poca sustancia de la acusación porque por la naturaleza oculta de la secta, ni Victoria ni sus ministros estamparían su firma en ningún documento que los relacionara con El Club Fuego Infernal ni con la Patrulla. Quedaba claro que intentaban engañarlo con un ardid de poca monta. Y lógicamente él, Erik Lehnsherr, alias Magneto, no se amedrantaría.

Stryker ordenó a sus hombres que rodearan al mutante. Erik no opuso resistencia. Los oficiales desvainaron sus espadas, cuyas hojas de piedra pulida y mando de granito no podían ser manipuladas por el noble. Dos soldados se colocaron a cada lado para tomarlo de las muñecas. Mas cuando apenas lo rozaron, el mutante alzó los brazos para zafarse y con un reflejo relámpago, abofeteó en la nariz al de la derecha y desplomó de una patada en el estómago al de la izquierda. Ahora sus ojos eran dos llamas de furia. Miró a los del coronel, que le devolvió la mirada sin moverse de su sitio. Tampoco reaccionaron los otros dos hombres.

Erik volteó hacia su cochero y vio que el carruaje y el hombre habían desaparecido. Se desconcertó porque no oyó que se hubiera marchado. Pero no tuvo tiempo de razonar más porque sintió un calor abrasador dentro de la cabeza. Tan intenso que pensó que le consumiría el cerebro. No se trataba de una sensación dolorosa pero sí paralizante. Trató de moverse, pero no pudo. Ni siquiera parpadear. Su esposo, mutante como él, poseía el don de entrar en la mente de los demás. Recordó a Charles por un instante, solo por un instante antes de perder el conocimiento y desplomarse en el piso pedregoso.

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Brian Xavier estaba derrumbado en el sillón junto al lecho de su convaleciente yerno. En apenas diez días había conseguido un nieto, perdido un hijo y ahora se enfrentaba al temor de que Erik falleciera también, dejando al pequeño David desamparado. El Duque no tenía más el vigor de la juventud para enfrentar vicisitudes y la tragedia reciente lo había devastado. La misma mañana que nació su nieto después de un parto difícil y prolongado, con un par de horas de diferencia, el carruaje del vizconde había atravesado el patio de la mansión señorial con el cochero trayendo dentro del vehículo a un desvanecido Erik. El relato del hombre se mezclaba con la excitación y el misterio: narró que lo detuvieron en la soledad del camino cinco o seis jinetes enmascarados, que el vizconde bajó para afrontarlos y que luego... no recordaba qué había acontecido luego... solo que descubrió a su amo inconsciente boca abajo en el suelo. Corrió a socorrerlo y vio que no tenía magulladuras por la caída, como si lo hubiesen sostenido antes de que azotara el piso. ¿Quién? ¿Quiénes? No podía explicarlo. Notando que Erik no volvía en sí, se había apresurado a subirlo al coche y cabalgar como alma que se lleva el diablo hacia Genosha.

Al duque le había resultado inverosímil la historia con tantas lagunas, aunque el cochero había sido siempre un hombre leal y poco afecto a las mentiras. Pensó cuánto necesitaba de la telepatía de su hijo para poder leerle la mente. Pero tal deseo era ahora una quimera. Como la vida dichosa y tranquila de los vizcondes de Genosha, que ahora pertenecía al pasado.

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⏰ Última actualización: Jun 07, 2023 ⏰

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