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Por la mañana, sus ojos se abrieron lentamente para ver aquella figura de cuerpo esculpido por los mismos dioses, y esa cabellera castaña de la noche anterior, el chico le sonrió de forma hermosa, estaba acostado junto a él como si hubieran dormido juntos.

— Celoso quedará el sol por ver a un mortal brillar con tanto fulgor— dijo el castaño, en un tono encantador, aquel piropo le hizo rodar los ojos.

— ¿Qué haces acá? — murmuró el cenizo con molestia, dándose la vuelta sobre la cama.

— He de acompañar a mi creador, hasta que se seque la última flor.

— ¿Qué flor? — preguntó Cellbit, sentándose sobre su cama, no tenía ninguna flor en su cuarto, no le gustaban las flores.

El chico castaño se señaló a sí mismo.

— ¿Tu eres la flor? — el otro asintió con una sonrisa encantadora, que hacía las mejillas de Cellbit enrojecer sin razón —. A ver, chico flor, si vas a atormentarme con tu presencia hasta que te seques, ¿Cómo te llamas?

— De qué sirve un nombre, si mi ser es parte de tu corazón, mi hombre.

Cellbit alzó una ceja, sin entender.

— Te diré Roier— dijo Cellbit sim más, levantándose de la cama, para preparar un café y unas tostadas que se quemaron de más, porque estaba muy distraído viendo al chico, que parecía muy real para ser irreal.

Con tostadas quemadas con aguacate y un café puro, se dio cuenta cuando se sentó en la mesa que no le había ofrecido nada a Roier.

— Oh, disculpa, ¿Las alucinaciones comen algo?

— Me alimento de energía y amor hasta ser del dolor adormecedor, hasta que no puedas más y de mi te cansarás.

Cellbit rió un poco.

— Lo siento pero eres adorable.

Roier sonrió levemente, sus ojos se hacían dos líneas y lo hacían ver muy lindo.

— Hasta la presa solitaria se enamora de la araña, solo porque esta la acompaña, pero al caer en su tela esta siempre cumple su hazaña.

— ¿Qué significa eso?

Roier sonrió, sin responder, solo lo miró de una manera encantadora y se encogió de hombros.

Intentó hablar con Roier, aunque muchas veces sus rimas hacían que se confundiera con su mensaje, pero estaba seguro de dos cosas.

La primera que Roier no era real, de ninguna manera, por más que se sintiera real, que pudiera tocarlo, por más que hablara de esa manera tan extraña pero igualmente interesante... Ese chico era una alucinación de su mente.

La segunda cosa de lo que estaba completamente seguro, es que no quería que se fuera.

No era un secreto, ni para él ni para el mundo, que Cellbit estaba solo, que sus poemas eran su único escape, y que la única persona que le mandaba "Feliz cumpleaños" era su madre, pero la mujer había partido hacia unos cuantos meses, así que ese año, estaría sólo y nadie se acordaría de aquella fecha, probablemente, ni siquiera él mismo.

 Escribir era algo solitario, no podrás escribir en grupos, escribes para uno mismo y luego lo compartes, los demás ven el trabajo ya terminado, lo leen en cuestión de minutos y luego se olvidan de tí y de tus palabras, a veces, ni siquiera reconocen que hay un autor detrás de las letras, entonces, solo ven las palabras, que de nuevo, se olvidan en cuanto pasan la página.

Al final, la gente no recordara ni quién eres, ni lo que haces, entonces, ¿Qué importaba?

¿Qué importaba él mismo? ¿Qué importaba la soledad? ¿Qué importaba sus sentimientos? Si es que siquiera tenía, ya no sabía lo que era sentir.

Cellbit no sabía lo que era sentir ya, pero con aquel castaño que rimaba a su lado, creía que comenzaba a recordar lo que era sentir algo.

Con el pasar de las semanas comenzó a sentir aquel palpitar de su corazón, aquel escalofrío en su columna cuando veía una sonrisa bonita, ese sudor en sus manos cuando Roier estaba muy cerca.

Con el pasar de los días estaba convencido... De que su mente estaba haciendo un gran trabajo creando cosas reales.

Rhyming Heart |GuapoDuo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora