19

41.2K 6.1K 919
                                    

* * *


Permaneció un momento quieta contemplando a Hugo. Jamás lo había visto de aquel modo, estaba más pálido de lo normal y había dicho la palabra «mierda». Hugo nunca decía ese tipo de palabras, al menos no es su presencia.

No había entendido su actitud hasta que vio a la joven que no le quitaba la mirada de encima al chico, él tampoco dejaba de observarla, era como si se estuvieran diciendo miles de cosas. Flor comenzó a sentirse como una intrusa en ese intercambio tan extraño.

—Creo que los dejaré solos. —Se disculpó, mirando a su compañero de trabajo, esperando que le respondiera con las comisuras alzadas. Sintió una punzada cuando él ni se inmutó.

Se apresuró a salir del sitio con la mente hecha un revoltijo. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué Hugo había perdido esa paz que lo caracterizaba?

Se adentró en el comedor de la empresa y se sentó en una mesa que estaba siendo ocupada por unas chicas de recepción. Sacó su emparedado y dejó que su mente se concentrara en cualquier cosa menos en la plática superficial de las asistentes. Por algún motivo, no tenía ganas de charlar sobre las tendencias de tonos en los barnices de uñas de la temporada.

Sus ojos se encontraron con una escena y no pudo apartar la atención de la pareja que se sentó en la mesa más escondida de ahí, casi como si desearan ocultarse. No tenía idea de quién era esa chica con los cabellos teñidos de blanco, lucía un tanto demacrada y parecía nerviosa bajo el escrutinio de Hugo.

Hasta ese momento no se había dado cuenta de que en realidad no conocía nada de él. Convivía casi diario con el joven y no sabía siquiera si estaba casado, si tenía novia o si le gustaba almorzar. Nunca se había fijado demasiado en Hugo, pero desde que había visto esos sobres amarillos, no había parado de pensar en él.

Se terminó su lonche sin inmutarse, solo lo ingirió mecánicamente, sus pensamientos vagaban por otros senderos.

El chico permanecía quieto y lucía como si quisiera vomitar, la mujer se retorcía y lo miraba con tristeza. Hablaba, él tenía la boca sellada.

La pequeña de cabellos blancos estiró su brazo para tomar la mano del castaño, él la arrebató como si el contacto quemara. Era obvio, el muchacho quería dejar de hablar con la joven, ella solo lo estaba presionando.

Al menos eso es lo que quería creer y a ella le gustaba ayudar a los que la necesitaran, como una especie de defensora porque nadie la había defendido nunca.

No supo qué invadió su cuerpo, tal vez alguna clase de demonio; no se dio cuenta de nada hasta que se encontró caminando hacia ellos. Tampoco sabía muy bien si estaba haciendo lo correcto, quizá a él no le iba a gustar la idea.

La mujercita la enfocó primero y frunció el ceño, entonces él la localizó y abrió los párpados con asombro. No lo pensó dos veces, se dejó caer sobre el regazo de su compañero de trabajo y rodeó su cuello como si fuera la cosa más normal del mundo. No es que se sintiera extraño tampoco.

Él abrió aún más los ojos si eso era posible, creyó que la aventaría o algo parecido, pero se sintió mejor cuando él se recompuso y aferró sus caderas con las manos.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó, sonriéndole de lado y pasó los dedos por su cabello. Se tardó en responder, solo le regresaba la mirada, pero terminó asintiendo y aclarándose la garganta.

Se concentró en la mujer que los escaneaba fijamente.

—Por favor, Giny, si lo que quieres es lo mismo que la última vez, no cuentes conmigo porque no estoy más con ello. —Hizo una pausa y se puso todavía más serio—. Ni se te ocurra entrometerte en su vida, los dos sabemos que no te conviene, no me hagas ir con la policía.

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora