Momo es inocente

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Frente a Olga se encontraba un oso de peluche, cubierto de polvo y barro, un colorido fruto de un desconsuelo gratuito. Descansaba de su viaje sobre los brazos de un niño de apenas cinco años que llegó al campo de refugiados. Nadie conocía su nombre, nadie sabía nada sobre sus padres.

—Hola, cariño, ¿cómo te llamas? —preguntó Olga acariciando la mejilla del pequeño.

El niño no respondía con palabras, pero en su rostro podía verse escrita la resignación, la total aniquilación de su inocencia y su infancia. Sostenía su juguete con tanta fuerza que parecía que estuviera evitando que alguien pudiera hacerle daño. Era posible que fuera lo único que le quedara de su anterior vida. Pero no eran sus únicos recuerdos.


* * *


Me acuerdo de Navidad, cenando con papá, mamá, los tíos y los abuelos. Recuerdo abrir mi regalo, era el juguete que siempre había querido, era un dinosaurio bebé al que podía darle de comer. ¿Por qué no he podido llevármelo?

Me acuerdo de Sergiy, de Oleg, de Lesya, de mi maestra. ¿Dónde estarán? ¿Por qué no puedo verlos?

Mis papás discutían sobre que alguien se había vuelto loco y que teníamos que irnos. Mamá me dio a Momo, mi peluche de dormir, me vistió y salimos corriendo de casa. Decían que alguien quería «desclasificar» Ucrania, ¿qué significa eso?

En la calle, escuchaba gritos y la gente corría asustada con mochilas, maletas y sus mascotas. ¡A lo mejor nos íbamos todos de viaje! Pero se escuchó un ruido muy fuerte, y a lo lejos se veía humo negro. ¡Quizá era un volcán! Como nos explicaron en el colegio. Mamá se agachó para colocarme bien el gorro. «Somos inocentes, Andriy», me dijo, llorando. ¿Qué es un inocente? Papá se despidió de nosotros y dijo que volvía a casa para protegerla. ¿Por qué? Si yo recuerdo bien que él la había cerrado con llave.

Mamá y yo seguimos nuestro viaje. Ella estaba nerviosa, yo lo notaba, no dejaba de mirar su teléfono. Un señor nos paró, y desde su coche preguntó que adónde íbamos. ¡Qué suerte! Viajaba al mismo sitio que nosotros, así que nos dejó subir; pero, ¿adónde íbamos? Mamá siempre decía que no habláramos con extraños, ¡a lo mejor era su amigo! Como me sentí bien, me quedé dormido en el coche, estaba muy cansado y se estaba muy a gusto.

Cuando abrí los ojos, mi madre estaba llorando mientras leía las noticias en su teléfono. «Vámonos, Andriy», me dijo antes de bajar. El hombre me dio una chocolatina por haberme portado bien. "Que todo vaya bien", le dijo mi madre antes de cerrar la puerta.

Seguimos andando por un camino un poco estrecho en el que había mucha gente que nos empujaba sin querer porque tenían prisa. Alguien chocó conmigo y Momo cayó al suelo. Intenté soltarme de la mano de mamá. «¡No, Andriy!», gritaba ella. Pero Momo se perdía entre las piernas de la gente, así que conseguí zafarme y salí corriendo para rescatarlo. Todo el mundo pisaba a Momo, a nadie le importaba. "¡No, Momo!". Mamá gritaba mi nombre, yo gritaba el de Momo, pero de repente, se oyó un ruido superfuerte... No recuerdo nada más de ese día.

Cuando me desperté, tenía a Momo en brazos. Grité el nombre de mi mamá, pero no la encontraba por ninguna parte. «Hay que seguir andando, niño», me dijo una señora. Así que le hice caso y fui en la misma dirección que los demás, sin dejar de llamar a mamá.

Anduve hasta llegar a un lugar con gente que llevaba ropa de guerra. ¿Quiénes eran? La gente pasaba por su lado con sus maletas y sus amigos, aunque yo estaba solo. Grité el nombre de mi mamá y me puse a llorar. Nadie la pudo encontrar.

Seguí andando, seguí llorando y llamando a mi mamá. Miré a Momo, me quería ir a casa, pero un señor me dijo que no podíamos volver, que teníamos que seguir andando. ¿Dónde están papá y mamá? ¿Por qué no dejamos de andar?

No sé por cuánto tiempo fue, pero sí que recuerdo que nunca dejé de andar. Una mujer me vio y me dio la mano. «Ven conmigo, ya falta poco, hijo», me dijo con una sonrisa. Pero yo no soy su hijo, ella era una extraña. ¿A lo mejor era amiga de mamá?

Y así fue como llegué aquí. ¿Nos habían «desclasificado»?


* * *


Olga aún no había oído su voz. El niño seguía ensimismado, como si estuviera en shock.

—¿Puedes entender lo que te digo? —volvió a preguntarle ella.

El niño miró a su oso de peluche y respondió:

—Somos inocentes, Momo.

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