El sabor del último bocado

1 0 0
                                    

Es imposible predecir con exactitud cuánto tiempo llevamos así. A veces, la memoria y el conocimiento se dan la mano para pasear hasta los confines de mi propia percepción del mundo, haciendo que sea difícil distinguir la cruda realidad de lo que se cocinaba en mi imaginación.

Hace siglos, un extraño fenómeno tuvo lugar. Como un castigo llegado del cielo, el sol comenzó a brillar con fuerza, calcinando gran parte del mundo conocido. A aquella hecatombe solo resistió la superficie que quedó amparada bajo la protección de algunas nubes, los moldes que dieron forma a los territorios supervivientes, como si fueran unas galletas en un horno celestial. Más allá de nuestras fronteras, la hierba no volvió a crecer. Más allá de los mares, se desconoce qué pudo suceder.

—Espera, profe, ¿has dicho galletas? —preguntó un niño.

—¿Como las que hace mi madre? —intervino otro.

—Así es, por esa razón, los dulces típicos de cada lugar tienen la forma de la región a la que pertenecen. —Agarré una galleta del plato y la mostré a mis alumnos—. Esta tradición sirve para recordar lo que sucedió, una especie de homenaje para no olvidar lo frágil que es nuestra existencia.

¿Cómo explicar a unos niños nuestra historia con una metáfora tan peculiar? A saber a quién se le ocurrió, pero reconozco que era una forma eficaz de explicarles el origen de nuestra cultura y las normas de nuestra sociedad.

La clase terminó. Los pequeños se marcharon a sus casas y yo me asomé a la ventana. Como profesora de historia, hasta a mí me costaba creer que algo así hubiera sucedido hace varios siglos. ¿Acaso nuestros dioses pretendieron cocinarnos y devorarnos? Mientras reflexionaba, daba un mordisco a aquella galleta que tenía la forma de nuestro pueblo. ¿Y si tal fenómeno volviera a suceder? Nadie tenía garantías ni respuestas. Un buen día, las divinidades saciarían su apetito con nosotros, del mismo modo que hacía yo con aquella masa horneada.

Al salir de la escuela me quedé pensativa, observando el horizonte, un paisaje desolador que transmitía desesperanza y desasosiego. Mañana me tocaría viajar hasta la región vecina, atravesando las ruinas del mundo antiguo, unos yermos sin vida que, antaño, eran los hogares de nuestros antepasados y un sinfín de criaturas y plantas. Todo aquello, quedó extinto por el fuego, valga la ironía. El viaje debía ser rápido, pues, por alguna razón, cuando caía la noche, la superficie del mundo extinto se volvía tóxica e intransitable. ¿Acaso era este el infierno del que hablaban las viejas lenguas? ¿Qué podíamos esperar de un mundo así? Puede que fuera difícil saborear la vida en estas circunstancias, pero yo intentaba disfrutar de cada bocado como si fuera el último. ¿A qué sabrán las galletas de mañana? Espero que mi último bocado, sea dulce.

El sabor de último bocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora