En la dirección se había instalado un silencio extraño. De repente, Yixing apareció en el pasillo. Se acercó a mí bordeando la pared, caminando agazapada, lanzando miradas furtivas por encima del hombro. Era la manera en que caminaban los espías en las películas viejas.

— Todo bajo control -susurró.

— ¿Y la secretaria?

— Ha tenido que salir un momento.

— ¿Ha tenido? No la habrás dejado incapacitada.

— Esta vez no -Gracias a Dios-. Llamé desde el teléfono público que hay fuera para anunciar una amenaza de bomba -dijo Yixing-. La secretaria llamó a la policía, y luego salió corriendo en busca del director.

— ¡Yixing!

Se dio un golpecito en su reloj.

— El tiempo corre. No queremos estar aquí cuando llegue la policía, ¿verdad?

«Dímelo a mí».

Ambas miramos la puerta de la sala de archivos.

— Apártate -me dijo dándome un empujón con la cadera.

Se tiró de la manga para cubrirse el puño y lo estampó contra la ventana. Nada.

— Ése era de prueba -dijo. Retrocedió para lanzar otro puñetazo, pero yo le aferré el antebrazo.

— Puede que no esté cerrada con llave -Giré el pomo y la puerta se abrió.

— Eso no ha sido nada divertido -dijo Yixing.

Cuestión de gustos.

— Entra -me ordenó-. Yo vigilaré. Si todo va bien, nos reuniremos en una hora. Búscame en el restaurante mexicano en la esquina de Drake y Beech -Y se alejó agazapada por el pasillo.

Estaba con un pie dentro y otro fuera de la estrecha habitación, donde los armarios de los archivos se alineaban de pared a pared. Antes de que mi sentido común me ordenara salir de allí, entré y cerré la puerta, apoyándome contra la hoja.

Respirando hondo me descolgué la mochila y avancé diligente, repasando con el dedo los archivadores. Encontré el rotulado car-cuv1. Al primer tirón se abrió con un ruido metálico. Las etiquetas de los archivos estaban escritas a mano, y me pregunté si el Coldwater High era el único colegio sin sistema informático que quedaba en el país.

Mis ojos encontraron rápidamente el apellido "Xiao".

Saqué el expediente del cajón repleto. Lo sostuve un instante, tratando de convencerme de que iba a hacer algo no demasiado grave. ¿Y si contenía información privada? Como compañero de Biología de Zhan, tenía derecho a saber ciertas cosas.

De pronto se oyeron voces en el pasillo.

Busqué torpemente en el expediente abierto y me estremecí. Aquello no tenía ningún sentido.

Las voces se acercaban.

Metí el expediente sin mirar y empujé el cajón, que volvió a cerrarse con un chirrido. Al darme la vuelta me quedé helada: al otro lado de la ventana el director se paró en seco, con la mirada clavada en mí.

Cualesquiera que fueran las palabras que estuviera dirigiendo al grupo, formado probablemente por los principales profesores del instituto, se fueron apagando.

— Disculpen un momento -le oí decir. El grupo siguió avanzando en medio del bullicio. Él no.

Abrió la puerta.

— Ésta es un área restringida para los alumnos -me informó.

Intenté esbozar un gesto de desamparo.

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