Los tres orgullos de Yunmeng

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Ese día, habían conocido el dolor de nuevo, pero esta vez de una manera diferente.

No era el dolor de la muerte de un ser querido, no era el dolor del total exterminio de su amado clan, de su preciosa secta. No era el dolor de alumbrar a un nuevo ser en ese mundo cruel y corrupto, no, era diferente.

Jiang Yanli sintió una espada atravesar su pecho al tratar de salvar a su didi de ese fatídico destino, rezando a todos los dioses que la escucharan para que estuviera seguro.

Wei Ying perdió la razón, gritó con dolor tan fuerte que su garganta protestaba, la energía resentida los rodeó a todos, dejaron de pelear para ver un estallido de energía nuevo, el Yin Hu Fu se volvió un montón de pedazos de metal inútiles, la reacción probablemente debió matarlo, pero no fue así, tomó una daga y se apuñaló a sí mismo.

Los cultivadores observaron la conmoción en las facciones del líder de la secta Jiang, las lágrimas pesadas y amargas que mordían sus mejillas con tanta intensidad, sostenía a sus dos hermanos entre sus brazos, su mente vacía y sus oídos con estática. Lan Xichen trató de acercarse, sintiendo que él mismo se lo debía a su propio didi, pero la reacción de Jiang Wanyin fue peor que la esperada. Un pulso tan furioso de energía que pinchaba y dolía como el infierno lo mantuvo lejos, lejos mientras Jiang Wanyin lloraba sus pérdidas. Y Lan Xichen debería de sentirse peor, porque, puesto de cierto modo, había ayudado en esa carnicería. Todos habían empujado límites que no se debieron forzar, no cuando esos tres hermanos estaban tan cerca que harían cualquier cosa por el otro.

De vuelta en Lotus Pier, Jiang Cheng hizo ritos funerarios para sus dos hermanos, se negó a entregar a su hermana a la secta Jin, ese asqueroso nido de víboras. Lloró su dolor por dos días, colocó las tablillas en el salón ancestral y educó a Jiang Baojun para no permitir que nadie tratara de quitar a su hermano, mucho menos tratar de llevar a su hermana. Se reusaron a dejarle ver o entregar a Jin Ling, Jiang Cheng se sentía tan mal, no había nada, no había nadie. Estaba tan solo en el mundo.

Y un día, cuando todos se preocuparon debido a que su líder de Secta se había quedado hasta tarde en cama, lo supieron.

Jiang Cheng, ese tonto filial, había muerto, siguiendo a sus preciosos hermanos a la tumba.

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Cuando abrieron los ojos, los tres, estaban en la misma cama.

Jiang Cheng comenzó a sollozar, tal vez no había muerto, tal vez era otro de esos sueños crueles sobre su niñez, donde era tan fácil y no eran tan malos, donde no hubo guerra y tampoco separaciones dolorosas.

—Jie, Ge, los extraño mucho, sólo quiero morir, no quiero soñar más —Jiang Cheng sollozó con más fuerza, entonces dos pares de brazos lo sujetaron con amor, y su jie besó su sien, y las lágrimas crudas de su ge estaban empapando sus túnicas para dormir.

—¿Esto no es un sueño? —preguntó su ge—. Yo morí, en Ciudad sin Noche.

—Una vez, yo también morí —respondió su Jie, Jiang Cheng sintió su respiración agitarse—. A-Cheng, ¿qué pasó?

—Le pedí a Baojun veneno, quería... quería apuñalarme con Suibian, pero los Jin... esas víboras venenosas...

—Oh, dioses —lloró su ge, los tres se acurrucaron con más fuerza en la oscuridad, bajo mantas suaves y cálidos cuerpos.

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A la mañana siguiente, después de asimilarlo todo, decidieron hacer un plan, hace algo para permanecer juntos y a salvo. Se habían notado entre sí, no parecían mayores de quince, por lo que las conferencias en Gusu aún no debían de haber ocurrido. Que Jiang Fengmian se acercara a ellos para preguntar a Jiang Cheng como se sentía antes de su cumpleaños número trece, los ayudó a orientarse.

Tiempo a nuestro tiempo [finalizada]Where stories live. Discover now