d i e c i o c h o.

223 48 14
                                    

Lo único que era perceptible para el fornido hombre de cabellos amarillos era el retumbar de su corazón incesante tanto en sus sienes como en su garganta, oídos y por todo el resto del cuerpo. No estaba pensando con claridad, la única meta que tenía en ese momento era conseguir a su novio.

No, peor aún.

La verdadera meta era conseguirlo, pero no de cualquier manera, conseguirlo vivo.

Maldijo nuevamente y comenzó a correr más rápido, escuchaba las voces de ciertos de sus amigos skaters atrás de él, aún estaba algo sorprendido de que tantas personas del circuito se animaron a ayudarle en su búsqueda, siendo el grupo de adolescentes los que encabezaban ese montón, claro está.

Llevaba aproximadamente cinco minutos seguidos recorriendo la via utilizada por ambos skaters, comenzó desde el punto de llegada en un trote de velocidad moderada e iba avanzando rápidamente, buscaba con la mirada por cada rincón, cada arbusto, cada punto en el que la maleza se encontraba con la oscuridad de la noche y el cemento de los muros, específicamente buscando alguna pista del chico de cabellos azules, de su chico. Se agarraba el pecho cada que avanzaba, temeroso de lo que podría encontrar.

Sin poder evitarlo, comenzó a sentir que el aire le faltaba a medida que intentaba subir la velocidad. Shindo, quien logró seguirle el paso y alcanzarlo colocó una mano en su hombro apenas lo tuvo a un lado, supo que lo que su amigo necesitaba en ese momento, aparte de apoyo, era fuerza, tanta fuerza como fuera posible para que alimentara aquella pequeña semilla de esperanza que aún se alojaba en su pecho para hacerle creer que Tamaki estaba bien, que de seguro estaba por llegar a la meta y que él solo estaba actuando como un sobreprotector.

Todos sabían, muy dentro de sí mismos, que eso no era cierto.

Tamaki no iba a llegar a la meta, y Mirio sabía perfectamente que no era sobreprotección, era aquella corazonada que le decía que su pequeño peliazul estaba al borde la muerte.

El de cabellos dorados estaba a punto de un colapso, habían caminado aproximadamente tres kilómetros y aún no tenía algún tipo de indicio de que su novio hubiese estado por allí o, incluso, cerca del lugar. Pequeñas lágrimas comenzaron a salir sin previo aviso, gotas de pura agua salina y cristalina que venía cargada de rabia, angustia y dolor.

Izuku se encontraba caminando detrás de su amigo intentando no flaquear, aunque era algo muy complicado se estaba aferrando a la esperanza de que el resultado de ese enfrentamiento entre Tamaki y Red Riot no hubiese sido tan trágico. Con su mano entrelazada a la del alto cenizo a su lado, el peliverde solo se acercó unos cuantos pasos a Mirio para poder proporcionar una pequeña caricia en su espalda con su mano libre.

Este, apenas comenzó a sentir que el grupo de adolescentes le rodeaba y comenzaban a darle ánimos se contuvo de manera sobrenatural para no romper en llanto de la frustración, la incertidumbre, el miedo. Hubo un momento en el recorrido en el que Uraraka ofreció adelantarse junto con Iida, al ser ambos del mismo equipo de Atletismo de su escuela estaban mucho mejor capacitados para correr largos tramos a gran velocidad y sin mucho desgaste físico. Siendo animado por Katuski, Shindo, Izuku y los demás corredores, Mirio finalmente aceptó y los dejó adelantarse, alzando varias plegarias internamente para que la búsqueda de Tamaki diera un resultado positivo.

—Kacchan... —logró hablar casi en un susurro el de cabellos verdes primera vez en largo rato.

Recibió una mirada directa del ojicarmín junto a un asentimiento de cabeza, haciéndole saber que le estaba prestando atención.

Izuku se aferró aún más fuerte a su mano y, esta vez, aprovechó que había dejado de acariciar la espalda de su fornido amigo para colgarse del brazo de Katsuki, en un intento por obtener algo de calor y retener el ataque de ansiedad que él sabía estaba por llegar. El ojicarmín no hizo más que dejarse sujetar y dar pequeños besos en la frente del más bajo, susurrándole cada cierto tiempo que él estaba a su lado, y que él iba a cuidarlo. El peliverde solo restregaba su mejilla contra el brazo de su chico, quien estando aún muy nervioso por la extraña desaparición del chico en la carrera no dejaba de actuar seguro para que el peliverde a su lado mantuviera la compostura.

Cool Kids| k.dDonde viven las historias. Descúbrelo ahora