Vacío.

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"No culpes a una alma que quería ser libre".

"Un alma que quería ser libre".

"Libre".

Tú y yo podríamos haber sido libres. Juntos.

Es la excusa más pobre que alguien ha usado para despedirse de quien decía amar.

"Me sentía asfixiada"

¿Necesitabas maldito oxígeno, cariño? Podía darte respiración boca a boca si lo querías; o, ¿por qué no? Sacarme los pulmones y despejar tu jodida tráquea.

Lo que sea con tal de que no saltaras de un maldito edificio de veinte pisos.

¿Quién hace eso? ¿Quién se levanta un día y dice: "Oye, estoy aburrida de vivir, saltaré por el balcón del apartamento de mi novio; será épico"?

Así que sí, querida, te culpo. A ti y a todo tu jodido olor a perfume. ¿Sabes qué está en todo mi apartamento? Probablemente tú... yo te imagino, antes de saltar, con tu frasco de Black Opium en la mano y una sonrisa en el rostro, rociándolo todo con él; cortinas, alfombras, almohadas. No podré volver a dormir tranquilo, porque, amor, ese era tu estilo. Sonrío al recordarlo y sé que puedes notarlo.

Así que sí, querías ser libre y estabas asfixiada. Tu vida terminaría de alguna otra forma...lo más probable que en unos sesenta años más. Pero claro, ¿qué son sesenta años para la señorita? Un suspiro, un parpadeo, una risa. ¿Nada?

Y sí, preciosa, te odio por abandonarme. ¿Cómo eres capaz de dejarme aquí, solo? Desapareces y yo a la deriva. Mentiría si dijera que me sentiré así siempre, porque habrá vida luego de ti, pero no aún. Ahora te siento.

Tu sonrisa, tu maldita sonrisa de dientes blancos. Con boca pequeña, como una muñeca. Y ese pequeño ronquido que tenías al reír... y al llorar, porque, de veras, a veces no lograba distinguir si hacías lo uno o lo otro.

Y tus ojos, creo que eso es lo que más me costará olvidar. No se ven ojos tan expresivos y tan repletos de miseria todos los días

Y por eso te digo: Salta al vacío, cariño, no vuelvas nunca. "Libera tu alma"

Bajé la cabeza y esperé un segundo en silencio, conteniendo las lágrimas.

El padre siguió con el obituario, servicio fúnebre, o como diablos se llame. No oía lo que decía, no me interesaba.

-¿Quieres decir algo más, muchacho?-consultó el hombre con pena.

Negué con la cabeza y apreté con más fuerza la rosa, clavando en mi dedo la única espina que tenía. En ese momento, juré que podía comprenderla. El porqué de lo que hacía. Como el dolor físico distraía del dolor que se sentía en el alma.

Me acerqué al hoyo en donde descansaba ya su ataúd. No podía imaginarla allí dentro, fría y tiesa, maquillada como un payaso para la ocasión. Era terrible pensarlo. Tomé un poco de tierra del montón y la arrojé sobre la madera, ya sin poder evitar mis lágrimas, hizo un ruido sordo al caer.

Luego dejé deslizarse la rosa con delicadeza. Era azul, la había teñido para ella.

Me alejé, y los hombre encargados de terminar con la tarea de enterrar el ataúd comenzaron a tirar más y más tierra. Quería ser tierra para descansar a su lado. Y eso sonaba sumamente estúpido, pero no me importaba. Ya nada importaba.

El sacerdote se alejó, dirigiéndome una última mirada de pena.

Miré a mi alrededor, estábamos solos. Yo, los sepultureros y el cadáver de mi amada; y de muchos otros amados.

Y al verme allí, solo, en su funeral, entendí porque lo había hecho. Solo mi amor no bastaba para llenar una vida.

Yo no era suficiente.

Nunca pude haberlo sido.

"¿No lo crees?"

Ahora sí, mi amor. Ahora sí.

Que saltes al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora