Capítulo I: El estallido en Calihan

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Presagio

La propuesta que trazó el comienzo hacia el sendero sin retorno llegó en un mensaje encriptado la madrugada del 20 de setiembre.

Helaba, y lo recordaba con suma claridad ya que Alura no dejaba de temblar bajo sus delgadas sábanas.

Yo acababa llegar a mi hogar en la ciudad de Kurson; un edificio de departamentos ubicado al este entre una jungla urbana de calles estrechas y grafitis deslumbrantes. No había sentido el frío debido a la extensa caminata a la que me había sometido hasta llegar al departamento. Embarcarme en cualquier clase de transporte habría agilizado el trayecto, pero a tan altas horas de la noche, esa se convertía en la opción más peligrosa que podría considerar.

Tomé unas cuantas sábanas de mi habitación y cubrí con cuidado a mi hermana para no despertarla. Más tarde le recordaría a nuestra arrendadora que el control térmico del edificio seguía descompuesto a pesar de que ya habíamos conversado sobre ello e incluso le había dado una suma para que lo mandara a reparar.

A través del gran ventanal del quinto piso en donde vivíamos, las luces neón de los bares y clubes me devolvieron el panorama, acompañados del incesante barullo que los caracterizaba y nunca cesaba.

Tal como era mi rutina después de volver de la ciudad infestada de Calihan, me acerqué al refrigerador, saqué una lata de Paragon y la abrí para sentarme en el sillón con la esperanza de que el líquido psicodélico en mi sistema actuara con rapidez y me hiciera olvidar los horrores que había presenciado en ese maldito lugar.

Llevaba haciendo ese trabajo por más de tres años, casi cuarenta misiones, y había decidido que el reciente encargo sería el último. Después de pagar todas las deudas en Kurson, al fin había reunido el dinero suficiente para mudarme con Alura a la capital, en donde por fin tendríamos una vida lejos de las cadenas que nos asfixiaban en Kurson.

Di otro sorbo a la bebida y solté un prolongado suspiro, tratando de encontrar el descanso que tanto había estado persiguiendo en la última semana. Aunque luchaba con alejar las imágenes, la visión de los suburbios se materializaba en mi mente teñida de una atmósfera roja. La sensación de un peligro palpable persistía en mi pecho, estrujándolo. Apenas había podido conciliar el sueño en esos días y el peso del cansancio me estaba aplastando.

Mi mano se cerró con fuerza en torno a la lata y me esforcé por abandonarme a los efectos de la bebida. Tiré la cabeza hacia atrás, empezando a sentir cierto alivio gracias al Paragon, cuando un repiqueteo inundó el auricular de mi oído.

Con un chasquido de la lengua, me levanté perezosamente y observé el número reflejado en la pantalla del reloj inteligente alrededor de mi muñeca: contacto desconocido.

«Por supuesto», resoplé.

Debía ser mi último contratista para asegurarse de que había recuperado lo que me había encomendado. Di dos toques sobre el auricular y de inmediato la voz distorsionada de quien era el remitente se escuchó.

­­­­­—¿Lo conseguiste? —Formularon esos sonidos alterados y de frecuencias inestables.

Estaba acostumbrado a eso, mi especialidad eran las pocas preguntas y la total discreción. Aunque no terminaba de agradarme que escogieran los peores momentos para ponerse en contacto conmigo.

—No estaría aquí si no lo hubiera encontrado. Conoce la política —respondí.

La política era volver con el objeto para cobrar la recompensa o morir en Calihan. No había una opción distinta y, de haberla, sabía muy bien que implicaba una "muerte accidental" (como solía llamarle). El negocio era arriesgado, pero en mi caso, no representaba un gran problema. Yo siempre regresaba y nunca con las manos vacías.

Espiral de la muerte | #ONC 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora